Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

martes, 20 de septiembre de 2011

El Palacio y un sorbo de Aescina

El cansancio y las heridas estaban haciendo mella en mi maltrecho cuerpo. Quise agradecer el gesto a Erebus, pero no pude. Una vez que intenté ponerme en pie, volví a caer mientras mi visión se nublaba, dificultando la visibilidad y todo lo que me rodeaba. Erebus me recogió con sus fornidos brazos, mientras los Buer persistían alrededor suya. Mis ojos se cerraron, mientras mi mente voló hacia Eurídice, y los momentos que con ella pasé. Son como una sinfonía que recorre mi cabeza por cada instante, y esa vez, tampoco podía faltar en la memoria su rostro angelical.



Habrían pasado varias horas desde que había perdido la conciencia puesto que me encontraba en otro lugar, con un paisaje a mi alrededor diametralmente opuesto a lo que estaba acostumbrado a ver desde el día en que llegué al Hades.
Se trataba de una habitación, con un ventanal que daba luz a cada esquina del lugar, el paisaje estaba repleto de vegetación. Tan pronto como pude me incorporé de la cama en la que descansaba bajo unas dulces sábanas que me habrían acompañado durante mi letargo.

Desconcertado, y ansioso por saber dónde me encontraba, y quién había sido aquél ser que me había salvado me dispuse a ponerme en pie. Entonces observé que mis manos habían sido vendadas, cuidadas y mimadas. Mi ropaje había sido tornado por un chitón blanco que cubría mi cuerpo, mis piernas también habían sido cuidadas; todo era demasiado bello para ser realidad.
Quizás aquél que me salvó, realmente fue quien me dio el descanso eterno, quizás había sido mi amada quien vino a cuidarme... No estaba seguro si estaba vivo o muerto, por lo que tampoco estaba seguro de quién podría haberse apiadado de mí, que hacía horas era un moribundo.
Fue entonces cuando decidí ponerme en pie, y asegurarme de una vez por todas, tenía que saber qué había pasado, dónde me encontraba.
Mis pies tocaron el frío suelo de la habitación, y al instante cayeron mis piernas. No estaba en condiciones de moverme, mucho menos cuando la herida de mi abdomen, que Reda había dejado marcada se abrió. Al punto, volvió a brotar sangre sobre la venda que cubría la herida.

-"Deberías descansar un poco más Orfeo, tu cuerpo está aún cansado, aunque no así tu espíritu"

Una bella voz femenina se hizo presente cerca de la habitación. Fue entonces cuando apareció.
Su hermoso rostro, su voluminoso cabello, su blanquecino color...Era ella, ¿pero cómo?. Pensé.
Perséfone no podía cuidarme, era algo totalmente irracional, más aún cuando había mandado aquél emisario para arrebatarme la vida. A menos que se tratara de una nueva trampa, utilizando algún mejunje que me hiciera dormir en el Hades por siempre.

Sin titubear, extendió su mano para ayudarme a levantarme del suelo. No podía creerlo, Perséfone, la esposa del rey del infierno intentaba ayudarme. No la creí.

- " Mi espíritu nunca se cansa, porque lo que busco es justo, doncella", afirmé entre balbuceo.

Su sonrisa no hacía presagiar ningún temor, al contrario, estaba tan llena de bondad, que casi parecía ser realmente esa Diosa de la que hablan cuando llega la época de las flores en la Tierra.
Puse una mano sobre el suelo para levantarme, pero sin éxito. Volvió a extenderme la mano. Sabía que sin ella, no podría levantarme, y asentí.

Me ayudó a tumbarme en la cama, previamente, retirando las blancas sábanas que envolvían el lecho, mientras el dolor en mi abdomen agudizaba.

- "Hebe, trae una vasija con agua y un racimo de Aescina, por favor", dijo Perséfone, poniendo su pálida mano sobre mi frente. - " Tienes fiebre, Orfeo, descansa, y déjate curar", susurró.
Su sirvienta, vino enseguida con la vasija, colocándola en un pupitre que se encontraba al lado derecho de la cama. Perséfone se arrodilló ante el lecho, y puso una tela mojada sobre mi frente para rebajar los grados de fiebre. Asimismo, me dio a probar un brebaje de Aescina, diciéndome:

- "Se trata de una planta que se usa para las heridas, bébetelo, confía en mí", siempre, sin soltar su mano sobre mi frente.

"- ¿Porqué debo creerte doncella?", preguntó mi débil voz.

- " Porque sin tí, la fuerza de las melodías se habrán desvanecido, ahora no es momento de charlas, confía en mí, y te prometo que mañana estarás mucho mejor", explicó.

¿Qué hacer?, era evidente que si proseguía de esa forma, la herida terminaría por acabar conmigo, había perdido mucha sangre y estaba demasiado débil. Acepté. Mis manos intentaron agarrar el vaso de Aescina, pero era imposible, las vendas lo impedían. Fue ella, quien con suma delicadeza, sorbo a sorbo fue obsequiándome con el medicamento.

Poco a poco, sentía cómo mis ojos se cerraban, mientras ella, seguía quedándose a mi lado, en aquella habitación que parecía propia de un cuento de hadas... Comencé a soñar, cerré los ojos, y quedé dormido lentamente.

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