Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

sábado, 15 de octubre de 2011

La misma pesadilla de nuevo

La misma estrecha y angosta calle donde Erebus desvaneció volvía a encontrarme. No entendía cómo, pero de nuevo me encontraba en el mismo lugar bajo la intensa lluvia y los charcos como testigo.
Decidí correr en línea recta, dirección a la avenida. Los transeúntes, proseguían en su caminar, sonrientes, con la mirada perdida. Los coches avanzaban por la carretera de la misma forma que la última vez.

No entendía la situación, cada vez era más extraña.

A la memoria se me vino entonces la misión primera de encontrar algo que cubriera mi rostro, y es que si de algo estaba seguro, y mi corazón así lo anunciaba, es que un demonio volvería a plantarse ante mí para acabar conmigo.
Decidí entonces correr lo más rápido que pudiera, para lograrlo. El trasiego de personas lo dificultaba, pero no había otro remedio, debía persistir en el intento a esa nueva oportunidad que quizá los Dioses me habían concedido.

Mis piernas se convertían en alas cuando decidí retirarme del lugar cuanto antes; fue entonces cuando volví a observar el rostro bello, pálido y sonriente de aquélla joven de cabello rubio y ondulado. La curiosidad me hizo frenar en la carrera y preguntarle:

¿"Sabrías decirme dónde estamos"?




La joven, con su sonrisa totalmente fuera de sí, siguió andando, cuando así, el mismo ser se hizo presente, volvió a levantarme, y a agarrarme con vigor por el cuello. Ni tan siquiera me había dado tiempo a escabullirme, cuando volvió a hacerme entrar en la calle estrecha.

El choque contra la pared, reanudó el brote de sangre sobre mi cabeza. La misma pesadilla de nuevo. De nuevo tuve que luchar contra lo imposible, y de nuevo perdí el combate, haciéndome perder la batalla, de nuevo acabando con mi vida.

Sonrisas sin melodía

Situado ya en el centro de una de las anchas calles de la ciudad, busqué algún ropaje que cubriera mi rostro siguiendo así el consejo de Erebus.
Mientras atravesaba la gigantesca calle de la ciudad bajo la intensa lluvia, me percaté de un detalle. La sonrisa de los seres que por allí paseaban era sinónimo de la mayor de las alegrías.

"Que curioso", pensé. Las personas que yacen en este lugar del infierno sonríen como si todo fuese cómico. Una niña, que no rozaría ni tan siquiera la decena de años me llamó la atención por sus cabellos; rubios y ondulados. Y largos, extremadamente largos, así como una sonrisa que incluso causaba espanto. Pasó por mi lado mientras mis ojos se clavaban en su mirada, la cuál no llegó un instante a cruzarse con la mía. Ese hecho me causó mayor impresión.



Mientras mi mirada se clavaba en aquella dulce y pálida joven de cabellos ondulados, mi cuerpo se topó con algo que no esperaba. Su cuerpo, frío como el hielo, sus manos gigantescas, su piel azulada y los cabellos húmedos. De forma humana, y ataviado con una especie de abrigo que cubría su cuerpo. Su mirada sí se clavó en mis asustados ojos. No habrían pasado unos segundos cuando de repente alzó la mano para levitarme bajo un viento huracanado que dificultaba la respiración.

No había duda. Se trataba de un esbirro de Hades, el cuál, pretendía acabar conmigo.





Sus manos se acercaban a mi cuello, mientras yo proseguía levitando debido a aquél fuerte viento que había hecho levantar mis pies del suelo. Intenté zafarme utilizando las piernas, pero fue inútil, sus azuladas manos se posaron sobre mí, intentando asfixiarme. Mis manos en un principio lucharon contra él, pero era una locura, se trataba de un ser con una fuerza descomunal, muy probablemente se trataba de un demonio de los muchos que me estaban buscando.

Sentía que las fuerzas me abandonaban, el aire cada vez era una mayor ilusión para mis pulmones, y sin poder articular palabra, miré hacia mi alrededor, en busca de alguien que me ayudara, sin embargo, los transeúntes proseguían con la mayor tranquilidad y parsimonia, con sus rostros sonrientes.

El demonio apretó con sus manos al punto que un relámpago fue a iluminar la calle por completo, fue entonces cuando observé unos ojos llenos de furia. Mis brazos se rendían poco a poco, hasta que decidió lanzarme como si de un muñeco roto se tratara.
Fui a caer exactamente a otra calle estrecha de las que cruzaban con la avenida.
Quizá la oscuridad se aliara conmigo y pudiera escabullirme de él, o quizá la negrura de la calle me jugara una mala pasada, ya que mis ojos tampoco podían observar prácticamente nada.

Permanecía en el suelo, intentando ponerme en pie y disponerme a ocultarme en algún lugar seguro. Era imposible, me sentía aturdido, mientras los pasos de mi enemigo se hacían más cercanos, de igual forma que la lluvia se convertía en tormenta. Comencé a arrastrarme por el suelo, separándome algunos centímetros de donde se encontraba, pero era demasiado tarde, me había dado caza. Volvió a agarrarme por el cuello, y situando su mano en mi abdomen me envió como si de una tempestad se tratase contra la pared de la calle.

Las gotas de sangre recorrían mi cabeza, sin embargo, sacando fuerzas de flaqueza, y en un intento desesperado fuí cuando más cerca lo tenía a golpearle con mi pierna en su brazo. Ni se inmutó, sin mi arpa, me sentía inservible. Volvió a levantarme y lanzarme contra el suelo una y otra vez. La situación se antojaba límite, y mi salvador de las dos últimas ocasiones no hacía acto de presencia.

Como pude, y a duras penas volví hasta la calle ancha, la avenida seguía siendo el mismo lugar extraño que hacía unos instantes. Mi voz de auxilio desesperado, servía igual que para la lluvia en aquella zona: para nada.

La sangre seguía corriendo por la acera, mientras las personas seguían caminando. Me encontraba en el suelo, al filo de perder el inicio de la batalla, al filo de perder el combate, al filo de perder la oportunidad de encontrarme con Eurídice que a su vez, corría el peligro de ser encontrada por Perséfone y tal cual dijo, en el momento en el que la encontrara, acabaría con ella para siempre...

El demonio volvió a acercarse ante mí. Lo delataban sus pasos sobre los charcos de lluvia. Agarró mi brazo derecho, estirándolo hacia arriba. Creí que lo arrancaría, al menos mis gritos así lo delataban. Pero no fue así, con la otra mano, la cuál permanecía abierta me tapó la boca. Llanto en mis últimos momentos de vida, perdí la visión de lo que me rodeaba, no sentía nada más.

Tumbado en el suelo, permanecí, hasta que se me fue la vida.

jueves, 13 de octubre de 2011

Del Palacio al Purgats en busca del arpa

Se trataba de una angosta y oscura calle, en la que los charcos de lluvia que el suelo albergaba eran acompañantes del paisaje que me rodeaba. Una vez que miré hacia arriba, observé que me rodeban unas casas, lo cuál me extrañó, y es que, no esperaba que en el mundo de Hades hubiera una sociedad de lo más parecido a la que los seres humanos estáis acostumbrados.

Erebus me ofreció su mano para levantarme, lo cuál agredecí. Entonces, nos postramos el uno frente al otro, en silencio. Su mirada delataba la fuerza de una divinidad, pero no me atrevía a preguntar para no parecer que pretendía inmiscuirme, con la salvedad de que, en un breve espacio de tiempo, me había salvado dos veces, por lo que estaba tranquilo.

Había una duda que necesitaba resolver, y es que, el lugar me parecía extraño precisamente por la normalidad del entorno. Mirando hacia lo que nos rodeaba pregunté:

¿Dónde estamos?

Con su mirada desafiante, contestó:

Nos encontramos en Poena, una de las ciudades que alberga la zona del Purgats, o lo que es lo mismo, una de las regiones del Purgatorio, donde las almas en pena trabajan para pagar los pecados llevados a cabo en vida. Aquí podrás encontrar todo tipo de personas que anteriormente han existido en la vida terrenal.

Quedó Erebus quieto un instante y prosiguió:

Para defenderte de los posibles ataques de los otros tres súcubos, y otros esbirros de Perséfone tendrás que encontrar tu arpa, que muy probablemente se encuentre en el zoco de la ciudad. Recupérala y hazte con ella. Cuando te hayas hecho con ella, volveré a buscarte. Hay una batalla que librar.

¿Una batalla?
, pregunté. Yo vine aquí en busca de un amor que pereció por una enfermedad, sin ella, la vida carece de sentido y si el infierno es el lugar donde tendré que residir para estar con ella; será un lugar bello, siempre y cuando me reúna con Eurídice. Por lo que para mí una batalla carece de...

Tiene sentido,créeme. intervino sin dejarme terminar la frase.

¿Quién es el enemigo?
. Pregunté absorto.

El mismo que el tuyo, pero ahora debes encontrar tu arma, de lo contrario, un mercader realizará la venta oportuna y estarás condenado a vivir aquí, bajo el peligro de los demonios que te acechan. Reuerda también que no debes identificarte bajo ningún concepto, utiliza algún telar para taparte el rostro, y llévate el arpa, corre lo más rápido posible a una zona tranquila y espera mi regreso. Dicho esto, se desvanació.

Quedé inmóvil por unos instantes, y es que, una divinidad provinente probablemente del propio mundo de Hades pretendía revelarse contra los reyes del inframundo, mientras que yo no tendría otra escapatoria, yo mismo tendría que ayudarle.
No era esa mi idea inicial, pero me constaba que, de lo contrario, vagaría por la región del Purgats.

Comenzaba a llover en la oscura noche de la ciudad, los charcos se hacían cada vez más considerables. Mientras recapacitaba por todo lo ocurrido, eché a andar con timidez. No conocía el lugar, ni sabía estrictamente por dónde tirar.




Confundido, y con la necesidad más que nunca de ver a Eurídice, la cuál a su vez me daba las fuerzas para seguir adelante salí de aquélla oscura y estrecha calle cuyas paredes parecían rozar mi rostro. El ruido que dejaban los seres que se encontraban en las calles vecinas a las que atravesaba, hacía presagiar que habría alguien que pudiera ayudarme, aunque por otro lado, no podría hacerlo ya que cualquiera de ellos podría ser un demonio.
Trasiego de personas en la avenida, personas, personas y más personas. Una ciudad multicultural con un mismo fin. Pagar los pecados hechos en una vida anterior. Coches, casas, vegetación, niños, animales domésticos, tiendas de todo tipo, aunque cerradas, personas mayores, mujeres, jóvenes...¿Quién pudiera imaginar que nos encontrábamos en el mismísimo infierno?.



Era un lugar parodójico. Una ciudad situada en el corazón del mundo de Hades, hecha a imagen y semejanza de cualquier gran ciudad de la Tierra, donde probablemente se encontrarían personas de todas las épocas, y llena de peligros. Aún más que en cualquier ciudad de las que puedas estar acostumbrado.

jueves, 6 de octubre de 2011

La última clave

Los súcubos; antes doncellas repletas de belleza y bondad se acercaban cada vez más hasta el alféizar de la terma. Esos cuatro demonios, deseosos de sangre vociferaban mientras hacían aparecer sus afilados incisivos.

Por cada instante, los súcubos daban un paso más, mientras retrocedía un paso, repleto de temor. El miedo se paralizó cuando de nuevo, la voz de Perséfone se hizo presente, sentenciando:

"Tu pesadilla va a comenzar ahora, puesto que ese ser al que amas tanto, que se dispone como alma sin cuerpo a pasar por el Hades dejará de existir tan pronto la aceche."

Como si me hubieran acuchillado el corazón, miré hacia Perséfone, que se encontraba surcando los cielos, y mirando hacia los súcubos, que ya me habían arrinconado en la pared que albergaba el jardín del palacio dije:

"No mientras esté yo aquí."

Uno de los súcubos se avalanzó sobre mí, mientras conseguí moverme noventa grados para salvaguardarme de su ataque. Otro demonio me agarró los brazos, obstaculizando cualquier movimiento, a pesar de mis intentos. Otro súcubo se acercó a mi garganta, procurando darme un mordisco que podría acabar conmigo fácilmente. Sin embargo, conseguí zafarme del ataque al inclinar mi cuello hacia el lado contrario, utilizando el movimiento para impulsarme hacia atrás, y salir corriendo, de nuevo, dirección al palacio, que ya se encontraba prácticamente derruido.

La persecución perduró varios minutos, y es que, los gritos de los demonios eran cada vez más persistente. Corrí despavorido hacia la zona contraria al jardín del palacio. Las esculturas y lienzos se encontraban por el suelo, las mesas y sillas contra la pared, y el techo resquebrajándose.

Cuando conseguí acercarme a la puerta, uno de los súcubos me lo impidió, agarrándome el brazo, y tirándome al suelo y cayendo justo a los pies de otro demonio. Éste, con el rostro encharcado de sangre, me propinó una patada en el pecho. El dolor no me paralizó en aquélla ocasión, sino que, la propia rabia que sentía a tenor del deseo de dar fin a mi última oportunidad de reunirme con Eurídice, me sirvió de arma para volver a hacer algo que tenía vetado por el Olimpo: "La última clave". Se trata de una técnica consistente en posar la mano derecha sobre el rostro del enemigo, el cuál escuchará en su mente una melodía mortífera.




"La última clave", era la única técnica que conocía, y que podía utilizar sin la utilización de mi arpa, aunque fue vetada por el Olimpo, ya que, siendo pequeño la utilicé sobre una ninfa, que al recibir tal ataque, acabó por fallecer. Es por eso, por lo que se dice que Orfeo, es un Dios que es capaz de hacer sonar la melodía, tanto de la vida, como de la muerte.

Mi mano derecha parecía arder, y rápidamente hice que el rostro del súcubo se desfigurara, mientras, sus gritos hicieron enmudercer a los otros tres monstruos, mientras vieron desaparecer a su compañero, cuyo llanto supuso el último canto de su demoníaca vida. Entretanto, mis lágrimas aparecieron, ya que, no me creí capaz, que años después, volviera a dar fin a una criatura, por maligna que fuera. Desde hacía decenios, tenía prohibida la violencia, y a partir de ahora, volvía a maldecir mi vida, con una acción, que debería pronto volver a poner en práctica.

Los súcubos desaparecieron velozmente, mientras que me dispuse a hacer lo propio, sin embargo, el techo se derrumbaba sobre mí, cerré los ojos y esperé un milagro.
Sentí que me agarraban fuerte de la mano.

Una vez me percaté de que el lugar donde me encontraba no era ya el palacio, me quedé perplejo, y aún más, cuando escuché:

"Tu salvación se llama Erebus"

martes, 4 de octubre de 2011

Confesiones

Ese abrazo de gratitud a la ayuda prestada persistió durante un corto espacio de tiempo, hasta que Perséfone soltó sus brazos de mi torso mientras le susurraba al oído:

"Doncella, el Elíseo será mi morada cuando haya llevado a cabo mi cometido"

La Diosa contestó:

"Sabes que es un fracaso tu cometido, ella se despidió de la vida y no podrá reunirse contigo, sin embargo, muchas doncellas entonarían con tu melodía una bella canción".

"Pero la melodía de mi arpa lo marca el sonido de su corazón", contesté.

"Debe ser para tí una situación demasiado amarga. Un Dios, que todo lo puede, en busca de un ser humano, que se ha rendido a la muerte, hundiendo sus brazos en el mundo de los no vivos" , dijo con convencimiento.

Quedé en silencio, con la mirada cabizbaja. Eurídice, a pesar de ser un ser humano, albergaba una bondad casi virginal. Había sido mi musa de la inspiración, y mi amor no se rendiría a pesar de que ya no estuviera en el mundo de los vivos. Por eso, quise rendirme a la muerte y pasar con ella toda la eternidad.

"El silencio en tí es como una nota ausente en tu arpa", espetó, mientras mi mirada se perdía en el fondo del agua de la terma.

Esperó un tiempo prudencial, buscando mi mirada, pero no lo hice, aún a sabiendas de lo que supondría, hasta que frente a frente, dijo con lágrimas en los ojos:

"Rechazas el amor verdadero de una Diosa, prefieres un amor muerto a un mundo en el paraíso más bello de lo que jamás hubieras imaginado. Prefieres vivir de forma desgraciada, intentando adentrarte en un mundo vetado para tí, y provocar la ira del señor, en vez de cruzar este mundo y disfrutar del Olimpo"

La voz de Perséfone parecía retumbar en mis entrañas, puesto que era cierto el amor que sentía la Diosa hacia mí; sus ojos delataban el dolor que pasaba en esos momentos, mientras volvía a coger aire para reprocharme, mientras yo persistía en el silencio más sepulcral:

"Hubiéramos sido la muestra de amor más bella, y hubiese sido tu esposa aunque hubiera tenido que enfrentarme por decenios con el Señor y su séquito. Sin embargo, sigues aquí, como si de un cuerpo inerte se tratara, en busca de un ser al que yo no le late el corazón"

Esa frase provocó mi ira, por eso me opuse:

"El amor es el sentimiento ausente de sapiencia sobre condiciones de ningún tipo. Si antes era la musa de mi melodía, ahora será la musa de mi Réquiem".

Al instante, Perséfone me envió el último mensaje, mientras el sol comenzaba a oscurecerse, dejando paso a un cielo gris, propio de las zonas más terroríficas del Hades:

"Tú lo has dicho, tu Réquiem. Pues no habrá para tí nada más que la melodía de la propia muerte".

En ese justo instante, el palacio comenzó a resquebrajarse, el agua de la terma se tornó en rojiza, Perséfone estaba devastando todo lo que nos rodeaba, mientras las sirvientas del palacio comenzaron a correr de forma despavorida. Las jóvenes que previamente habían dejado su gracejo en el alféizar de la terma, dejaron entrever sus verdaderos rostros; Se trataba de súcubos, aquéllos demonios que toman la forma de atractivas mujeres, esperando a tener relaciones sexuales con hombres, para en ese justo momento devorarlos.



Perséfone mientras tanto, voló hacia los cielos del infierno gritando: "La guerra comienza ahora Orfeo, sufrirás tanto que jamás habrás deseado vivir"

Me armé de valor y contesté mirando hacia arriba: "Vivo enamorado de un ser maravilloso, se llama Eurídice, y hasta que no vuelva a mis brazos voy a estar en tu mundo. No me importa cuánto tiempo, ni el precio que he de pagar por ello, pero volverá a mí"

En ese justo instante, los súcubos, una vez dejaron de lado su figura humana, se abalanzaron sobre mí, siendo el primero de los obstáculos que a partir de ahora me encontraría.