Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

jueves, 6 de octubre de 2011

La última clave

Los súcubos; antes doncellas repletas de belleza y bondad se acercaban cada vez más hasta el alféizar de la terma. Esos cuatro demonios, deseosos de sangre vociferaban mientras hacían aparecer sus afilados incisivos.

Por cada instante, los súcubos daban un paso más, mientras retrocedía un paso, repleto de temor. El miedo se paralizó cuando de nuevo, la voz de Perséfone se hizo presente, sentenciando:

"Tu pesadilla va a comenzar ahora, puesto que ese ser al que amas tanto, que se dispone como alma sin cuerpo a pasar por el Hades dejará de existir tan pronto la aceche."

Como si me hubieran acuchillado el corazón, miré hacia Perséfone, que se encontraba surcando los cielos, y mirando hacia los súcubos, que ya me habían arrinconado en la pared que albergaba el jardín del palacio dije:

"No mientras esté yo aquí."

Uno de los súcubos se avalanzó sobre mí, mientras conseguí moverme noventa grados para salvaguardarme de su ataque. Otro demonio me agarró los brazos, obstaculizando cualquier movimiento, a pesar de mis intentos. Otro súcubo se acercó a mi garganta, procurando darme un mordisco que podría acabar conmigo fácilmente. Sin embargo, conseguí zafarme del ataque al inclinar mi cuello hacia el lado contrario, utilizando el movimiento para impulsarme hacia atrás, y salir corriendo, de nuevo, dirección al palacio, que ya se encontraba prácticamente derruido.

La persecución perduró varios minutos, y es que, los gritos de los demonios eran cada vez más persistente. Corrí despavorido hacia la zona contraria al jardín del palacio. Las esculturas y lienzos se encontraban por el suelo, las mesas y sillas contra la pared, y el techo resquebrajándose.

Cuando conseguí acercarme a la puerta, uno de los súcubos me lo impidió, agarrándome el brazo, y tirándome al suelo y cayendo justo a los pies de otro demonio. Éste, con el rostro encharcado de sangre, me propinó una patada en el pecho. El dolor no me paralizó en aquélla ocasión, sino que, la propia rabia que sentía a tenor del deseo de dar fin a mi última oportunidad de reunirme con Eurídice, me sirvió de arma para volver a hacer algo que tenía vetado por el Olimpo: "La última clave". Se trata de una técnica consistente en posar la mano derecha sobre el rostro del enemigo, el cuál escuchará en su mente una melodía mortífera.




"La última clave", era la única técnica que conocía, y que podía utilizar sin la utilización de mi arpa, aunque fue vetada por el Olimpo, ya que, siendo pequeño la utilicé sobre una ninfa, que al recibir tal ataque, acabó por fallecer. Es por eso, por lo que se dice que Orfeo, es un Dios que es capaz de hacer sonar la melodía, tanto de la vida, como de la muerte.

Mi mano derecha parecía arder, y rápidamente hice que el rostro del súcubo se desfigurara, mientras, sus gritos hicieron enmudercer a los otros tres monstruos, mientras vieron desaparecer a su compañero, cuyo llanto supuso el último canto de su demoníaca vida. Entretanto, mis lágrimas aparecieron, ya que, no me creí capaz, que años después, volviera a dar fin a una criatura, por maligna que fuera. Desde hacía decenios, tenía prohibida la violencia, y a partir de ahora, volvía a maldecir mi vida, con una acción, que debería pronto volver a poner en práctica.

Los súcubos desaparecieron velozmente, mientras que me dispuse a hacer lo propio, sin embargo, el techo se derrumbaba sobre mí, cerré los ojos y esperé un milagro.
Sentí que me agarraban fuerte de la mano.

Una vez me percaté de que el lugar donde me encontraba no era ya el palacio, me quedé perplejo, y aún más, cuando escuché:

"Tu salvación se llama Erebus"

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