Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

sábado, 15 de octubre de 2011

La misma pesadilla de nuevo

La misma estrecha y angosta calle donde Erebus desvaneció volvía a encontrarme. No entendía cómo, pero de nuevo me encontraba en el mismo lugar bajo la intensa lluvia y los charcos como testigo.
Decidí correr en línea recta, dirección a la avenida. Los transeúntes, proseguían en su caminar, sonrientes, con la mirada perdida. Los coches avanzaban por la carretera de la misma forma que la última vez.

No entendía la situación, cada vez era más extraña.

A la memoria se me vino entonces la misión primera de encontrar algo que cubriera mi rostro, y es que si de algo estaba seguro, y mi corazón así lo anunciaba, es que un demonio volvería a plantarse ante mí para acabar conmigo.
Decidí entonces correr lo más rápido que pudiera, para lograrlo. El trasiego de personas lo dificultaba, pero no había otro remedio, debía persistir en el intento a esa nueva oportunidad que quizá los Dioses me habían concedido.

Mis piernas se convertían en alas cuando decidí retirarme del lugar cuanto antes; fue entonces cuando volví a observar el rostro bello, pálido y sonriente de aquélla joven de cabello rubio y ondulado. La curiosidad me hizo frenar en la carrera y preguntarle:

¿"Sabrías decirme dónde estamos"?




La joven, con su sonrisa totalmente fuera de sí, siguió andando, cuando así, el mismo ser se hizo presente, volvió a levantarme, y a agarrarme con vigor por el cuello. Ni tan siquiera me había dado tiempo a escabullirme, cuando volvió a hacerme entrar en la calle estrecha.

El choque contra la pared, reanudó el brote de sangre sobre mi cabeza. La misma pesadilla de nuevo. De nuevo tuve que luchar contra lo imposible, y de nuevo perdí el combate, haciéndome perder la batalla, de nuevo acabando con mi vida.

Sonrisas sin melodía

Situado ya en el centro de una de las anchas calles de la ciudad, busqué algún ropaje que cubriera mi rostro siguiendo así el consejo de Erebus.
Mientras atravesaba la gigantesca calle de la ciudad bajo la intensa lluvia, me percaté de un detalle. La sonrisa de los seres que por allí paseaban era sinónimo de la mayor de las alegrías.

"Que curioso", pensé. Las personas que yacen en este lugar del infierno sonríen como si todo fuese cómico. Una niña, que no rozaría ni tan siquiera la decena de años me llamó la atención por sus cabellos; rubios y ondulados. Y largos, extremadamente largos, así como una sonrisa que incluso causaba espanto. Pasó por mi lado mientras mis ojos se clavaban en su mirada, la cuál no llegó un instante a cruzarse con la mía. Ese hecho me causó mayor impresión.



Mientras mi mirada se clavaba en aquella dulce y pálida joven de cabellos ondulados, mi cuerpo se topó con algo que no esperaba. Su cuerpo, frío como el hielo, sus manos gigantescas, su piel azulada y los cabellos húmedos. De forma humana, y ataviado con una especie de abrigo que cubría su cuerpo. Su mirada sí se clavó en mis asustados ojos. No habrían pasado unos segundos cuando de repente alzó la mano para levitarme bajo un viento huracanado que dificultaba la respiración.

No había duda. Se trataba de un esbirro de Hades, el cuál, pretendía acabar conmigo.





Sus manos se acercaban a mi cuello, mientras yo proseguía levitando debido a aquél fuerte viento que había hecho levantar mis pies del suelo. Intenté zafarme utilizando las piernas, pero fue inútil, sus azuladas manos se posaron sobre mí, intentando asfixiarme. Mis manos en un principio lucharon contra él, pero era una locura, se trataba de un ser con una fuerza descomunal, muy probablemente se trataba de un demonio de los muchos que me estaban buscando.

Sentía que las fuerzas me abandonaban, el aire cada vez era una mayor ilusión para mis pulmones, y sin poder articular palabra, miré hacia mi alrededor, en busca de alguien que me ayudara, sin embargo, los transeúntes proseguían con la mayor tranquilidad y parsimonia, con sus rostros sonrientes.

El demonio apretó con sus manos al punto que un relámpago fue a iluminar la calle por completo, fue entonces cuando observé unos ojos llenos de furia. Mis brazos se rendían poco a poco, hasta que decidió lanzarme como si de un muñeco roto se tratara.
Fui a caer exactamente a otra calle estrecha de las que cruzaban con la avenida.
Quizá la oscuridad se aliara conmigo y pudiera escabullirme de él, o quizá la negrura de la calle me jugara una mala pasada, ya que mis ojos tampoco podían observar prácticamente nada.

Permanecía en el suelo, intentando ponerme en pie y disponerme a ocultarme en algún lugar seguro. Era imposible, me sentía aturdido, mientras los pasos de mi enemigo se hacían más cercanos, de igual forma que la lluvia se convertía en tormenta. Comencé a arrastrarme por el suelo, separándome algunos centímetros de donde se encontraba, pero era demasiado tarde, me había dado caza. Volvió a agarrarme por el cuello, y situando su mano en mi abdomen me envió como si de una tempestad se tratase contra la pared de la calle.

Las gotas de sangre recorrían mi cabeza, sin embargo, sacando fuerzas de flaqueza, y en un intento desesperado fuí cuando más cerca lo tenía a golpearle con mi pierna en su brazo. Ni se inmutó, sin mi arpa, me sentía inservible. Volvió a levantarme y lanzarme contra el suelo una y otra vez. La situación se antojaba límite, y mi salvador de las dos últimas ocasiones no hacía acto de presencia.

Como pude, y a duras penas volví hasta la calle ancha, la avenida seguía siendo el mismo lugar extraño que hacía unos instantes. Mi voz de auxilio desesperado, servía igual que para la lluvia en aquella zona: para nada.

La sangre seguía corriendo por la acera, mientras las personas seguían caminando. Me encontraba en el suelo, al filo de perder el inicio de la batalla, al filo de perder el combate, al filo de perder la oportunidad de encontrarme con Eurídice que a su vez, corría el peligro de ser encontrada por Perséfone y tal cual dijo, en el momento en el que la encontrara, acabaría con ella para siempre...

El demonio volvió a acercarse ante mí. Lo delataban sus pasos sobre los charcos de lluvia. Agarró mi brazo derecho, estirándolo hacia arriba. Creí que lo arrancaría, al menos mis gritos así lo delataban. Pero no fue así, con la otra mano, la cuál permanecía abierta me tapó la boca. Llanto en mis últimos momentos de vida, perdí la visión de lo que me rodeaba, no sentía nada más.

Tumbado en el suelo, permanecí, hasta que se me fue la vida.

jueves, 13 de octubre de 2011

Del Palacio al Purgats en busca del arpa

Se trataba de una angosta y oscura calle, en la que los charcos de lluvia que el suelo albergaba eran acompañantes del paisaje que me rodeaba. Una vez que miré hacia arriba, observé que me rodeban unas casas, lo cuál me extrañó, y es que, no esperaba que en el mundo de Hades hubiera una sociedad de lo más parecido a la que los seres humanos estáis acostumbrados.

Erebus me ofreció su mano para levantarme, lo cuál agredecí. Entonces, nos postramos el uno frente al otro, en silencio. Su mirada delataba la fuerza de una divinidad, pero no me atrevía a preguntar para no parecer que pretendía inmiscuirme, con la salvedad de que, en un breve espacio de tiempo, me había salvado dos veces, por lo que estaba tranquilo.

Había una duda que necesitaba resolver, y es que, el lugar me parecía extraño precisamente por la normalidad del entorno. Mirando hacia lo que nos rodeaba pregunté:

¿Dónde estamos?

Con su mirada desafiante, contestó:

Nos encontramos en Poena, una de las ciudades que alberga la zona del Purgats, o lo que es lo mismo, una de las regiones del Purgatorio, donde las almas en pena trabajan para pagar los pecados llevados a cabo en vida. Aquí podrás encontrar todo tipo de personas que anteriormente han existido en la vida terrenal.

Quedó Erebus quieto un instante y prosiguió:

Para defenderte de los posibles ataques de los otros tres súcubos, y otros esbirros de Perséfone tendrás que encontrar tu arpa, que muy probablemente se encuentre en el zoco de la ciudad. Recupérala y hazte con ella. Cuando te hayas hecho con ella, volveré a buscarte. Hay una batalla que librar.

¿Una batalla?
, pregunté. Yo vine aquí en busca de un amor que pereció por una enfermedad, sin ella, la vida carece de sentido y si el infierno es el lugar donde tendré que residir para estar con ella; será un lugar bello, siempre y cuando me reúna con Eurídice. Por lo que para mí una batalla carece de...

Tiene sentido,créeme. intervino sin dejarme terminar la frase.

¿Quién es el enemigo?
. Pregunté absorto.

El mismo que el tuyo, pero ahora debes encontrar tu arma, de lo contrario, un mercader realizará la venta oportuna y estarás condenado a vivir aquí, bajo el peligro de los demonios que te acechan. Reuerda también que no debes identificarte bajo ningún concepto, utiliza algún telar para taparte el rostro, y llévate el arpa, corre lo más rápido posible a una zona tranquila y espera mi regreso. Dicho esto, se desvanació.

Quedé inmóvil por unos instantes, y es que, una divinidad provinente probablemente del propio mundo de Hades pretendía revelarse contra los reyes del inframundo, mientras que yo no tendría otra escapatoria, yo mismo tendría que ayudarle.
No era esa mi idea inicial, pero me constaba que, de lo contrario, vagaría por la región del Purgats.

Comenzaba a llover en la oscura noche de la ciudad, los charcos se hacían cada vez más considerables. Mientras recapacitaba por todo lo ocurrido, eché a andar con timidez. No conocía el lugar, ni sabía estrictamente por dónde tirar.




Confundido, y con la necesidad más que nunca de ver a Eurídice, la cuál a su vez me daba las fuerzas para seguir adelante salí de aquélla oscura y estrecha calle cuyas paredes parecían rozar mi rostro. El ruido que dejaban los seres que se encontraban en las calles vecinas a las que atravesaba, hacía presagiar que habría alguien que pudiera ayudarme, aunque por otro lado, no podría hacerlo ya que cualquiera de ellos podría ser un demonio.
Trasiego de personas en la avenida, personas, personas y más personas. Una ciudad multicultural con un mismo fin. Pagar los pecados hechos en una vida anterior. Coches, casas, vegetación, niños, animales domésticos, tiendas de todo tipo, aunque cerradas, personas mayores, mujeres, jóvenes...¿Quién pudiera imaginar que nos encontrábamos en el mismísimo infierno?.



Era un lugar parodójico. Una ciudad situada en el corazón del mundo de Hades, hecha a imagen y semejanza de cualquier gran ciudad de la Tierra, donde probablemente se encontrarían personas de todas las épocas, y llena de peligros. Aún más que en cualquier ciudad de las que puedas estar acostumbrado.

jueves, 6 de octubre de 2011

La última clave

Los súcubos; antes doncellas repletas de belleza y bondad se acercaban cada vez más hasta el alféizar de la terma. Esos cuatro demonios, deseosos de sangre vociferaban mientras hacían aparecer sus afilados incisivos.

Por cada instante, los súcubos daban un paso más, mientras retrocedía un paso, repleto de temor. El miedo se paralizó cuando de nuevo, la voz de Perséfone se hizo presente, sentenciando:

"Tu pesadilla va a comenzar ahora, puesto que ese ser al que amas tanto, que se dispone como alma sin cuerpo a pasar por el Hades dejará de existir tan pronto la aceche."

Como si me hubieran acuchillado el corazón, miré hacia Perséfone, que se encontraba surcando los cielos, y mirando hacia los súcubos, que ya me habían arrinconado en la pared que albergaba el jardín del palacio dije:

"No mientras esté yo aquí."

Uno de los súcubos se avalanzó sobre mí, mientras conseguí moverme noventa grados para salvaguardarme de su ataque. Otro demonio me agarró los brazos, obstaculizando cualquier movimiento, a pesar de mis intentos. Otro súcubo se acercó a mi garganta, procurando darme un mordisco que podría acabar conmigo fácilmente. Sin embargo, conseguí zafarme del ataque al inclinar mi cuello hacia el lado contrario, utilizando el movimiento para impulsarme hacia atrás, y salir corriendo, de nuevo, dirección al palacio, que ya se encontraba prácticamente derruido.

La persecución perduró varios minutos, y es que, los gritos de los demonios eran cada vez más persistente. Corrí despavorido hacia la zona contraria al jardín del palacio. Las esculturas y lienzos se encontraban por el suelo, las mesas y sillas contra la pared, y el techo resquebrajándose.

Cuando conseguí acercarme a la puerta, uno de los súcubos me lo impidió, agarrándome el brazo, y tirándome al suelo y cayendo justo a los pies de otro demonio. Éste, con el rostro encharcado de sangre, me propinó una patada en el pecho. El dolor no me paralizó en aquélla ocasión, sino que, la propia rabia que sentía a tenor del deseo de dar fin a mi última oportunidad de reunirme con Eurídice, me sirvió de arma para volver a hacer algo que tenía vetado por el Olimpo: "La última clave". Se trata de una técnica consistente en posar la mano derecha sobre el rostro del enemigo, el cuál escuchará en su mente una melodía mortífera.




"La última clave", era la única técnica que conocía, y que podía utilizar sin la utilización de mi arpa, aunque fue vetada por el Olimpo, ya que, siendo pequeño la utilicé sobre una ninfa, que al recibir tal ataque, acabó por fallecer. Es por eso, por lo que se dice que Orfeo, es un Dios que es capaz de hacer sonar la melodía, tanto de la vida, como de la muerte.

Mi mano derecha parecía arder, y rápidamente hice que el rostro del súcubo se desfigurara, mientras, sus gritos hicieron enmudercer a los otros tres monstruos, mientras vieron desaparecer a su compañero, cuyo llanto supuso el último canto de su demoníaca vida. Entretanto, mis lágrimas aparecieron, ya que, no me creí capaz, que años después, volviera a dar fin a una criatura, por maligna que fuera. Desde hacía decenios, tenía prohibida la violencia, y a partir de ahora, volvía a maldecir mi vida, con una acción, que debería pronto volver a poner en práctica.

Los súcubos desaparecieron velozmente, mientras que me dispuse a hacer lo propio, sin embargo, el techo se derrumbaba sobre mí, cerré los ojos y esperé un milagro.
Sentí que me agarraban fuerte de la mano.

Una vez me percaté de que el lugar donde me encontraba no era ya el palacio, me quedé perplejo, y aún más, cuando escuché:

"Tu salvación se llama Erebus"

martes, 4 de octubre de 2011

Confesiones

Ese abrazo de gratitud a la ayuda prestada persistió durante un corto espacio de tiempo, hasta que Perséfone soltó sus brazos de mi torso mientras le susurraba al oído:

"Doncella, el Elíseo será mi morada cuando haya llevado a cabo mi cometido"

La Diosa contestó:

"Sabes que es un fracaso tu cometido, ella se despidió de la vida y no podrá reunirse contigo, sin embargo, muchas doncellas entonarían con tu melodía una bella canción".

"Pero la melodía de mi arpa lo marca el sonido de su corazón", contesté.

"Debe ser para tí una situación demasiado amarga. Un Dios, que todo lo puede, en busca de un ser humano, que se ha rendido a la muerte, hundiendo sus brazos en el mundo de los no vivos" , dijo con convencimiento.

Quedé en silencio, con la mirada cabizbaja. Eurídice, a pesar de ser un ser humano, albergaba una bondad casi virginal. Había sido mi musa de la inspiración, y mi amor no se rendiría a pesar de que ya no estuviera en el mundo de los vivos. Por eso, quise rendirme a la muerte y pasar con ella toda la eternidad.

"El silencio en tí es como una nota ausente en tu arpa", espetó, mientras mi mirada se perdía en el fondo del agua de la terma.

Esperó un tiempo prudencial, buscando mi mirada, pero no lo hice, aún a sabiendas de lo que supondría, hasta que frente a frente, dijo con lágrimas en los ojos:

"Rechazas el amor verdadero de una Diosa, prefieres un amor muerto a un mundo en el paraíso más bello de lo que jamás hubieras imaginado. Prefieres vivir de forma desgraciada, intentando adentrarte en un mundo vetado para tí, y provocar la ira del señor, en vez de cruzar este mundo y disfrutar del Olimpo"

La voz de Perséfone parecía retumbar en mis entrañas, puesto que era cierto el amor que sentía la Diosa hacia mí; sus ojos delataban el dolor que pasaba en esos momentos, mientras volvía a coger aire para reprocharme, mientras yo persistía en el silencio más sepulcral:

"Hubiéramos sido la muestra de amor más bella, y hubiese sido tu esposa aunque hubiera tenido que enfrentarme por decenios con el Señor y su séquito. Sin embargo, sigues aquí, como si de un cuerpo inerte se tratara, en busca de un ser al que yo no le late el corazón"

Esa frase provocó mi ira, por eso me opuse:

"El amor es el sentimiento ausente de sapiencia sobre condiciones de ningún tipo. Si antes era la musa de mi melodía, ahora será la musa de mi Réquiem".

Al instante, Perséfone me envió el último mensaje, mientras el sol comenzaba a oscurecerse, dejando paso a un cielo gris, propio de las zonas más terroríficas del Hades:

"Tú lo has dicho, tu Réquiem. Pues no habrá para tí nada más que la melodía de la propia muerte".

En ese justo instante, el palacio comenzó a resquebrajarse, el agua de la terma se tornó en rojiza, Perséfone estaba devastando todo lo que nos rodeaba, mientras las sirvientas del palacio comenzaron a correr de forma despavorida. Las jóvenes que previamente habían dejado su gracejo en el alféizar de la terma, dejaron entrever sus verdaderos rostros; Se trataba de súcubos, aquéllos demonios que toman la forma de atractivas mujeres, esperando a tener relaciones sexuales con hombres, para en ese justo momento devorarlos.



Perséfone mientras tanto, voló hacia los cielos del infierno gritando: "La guerra comienza ahora Orfeo, sufrirás tanto que jamás habrás deseado vivir"

Me armé de valor y contesté mirando hacia arriba: "Vivo enamorado de un ser maravilloso, se llama Eurídice, y hasta que no vuelva a mis brazos voy a estar en tu mundo. No me importa cuánto tiempo, ni el precio que he de pagar por ello, pero volverá a mí"

En ese justo instante, los súcubos, una vez dejaron de lado su figura humana, se abalanzaron sobre mí, siendo el primero de los obstáculos que a partir de ahora me encontraría.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Abrazos del paraíso

Un rayo de sol que quiso colarse por la ventana de la habitación propició que despertara de mi letargo. Abrí los ojos, y miré a mi alrededor. Nada había cambiado, el habitáculo seguía siendo el mismo. La puerta, de color blanco, al igual que las paredes, permanecía cerrada.

Me incliné hacia el lado izquierdo de la cama, y puse los pies en el frío suelo, las heridas de mi cuerpo, a pesar de no haberse cerrado por completo, parecían estar en mejor estado que la noche anterior, y es que, el cuidado que había recibido me había devuelto las fuerzas, así como el medicamento. La Aescina frenó el proceso febril que padecía, por lo que me sentía mucho mejor, a pesar de mi aún debilitado cuerpo.

Me percaté mientras intentaba ponerme en pie que un ropaje nuevo, compuesto por una túnica de seda, color añil se encontraba sobre una silla que había cerca del ventanal. Entendí que ese ropaje sería para mí, ya que, había sido despojado de mi anterior vestuario.

Me acerqué a la túnica, y la palpé. Su suavidad parecía la piel de un ser hermoso, frágil y bello. Alcé mis brazos y me atavié con el suave ropaje, el cuál, contenía un cíngulo dorado a la altura de la cintura, que abroché despacio, mientras aún pensaba en lo sucedido.

Quizás, después de todo, Perséfone me había ayudado, y salvado de lo que hubiera sido una muerte segura, pero aún tenía que saber, quién era Erebus, que me protegió de las garras de Reda...Eran demasiadas dudas, y aún seguía aturdido.

Fue entonces cuando me dispuse a abrir la puerta que me llevaría hasta Perséfone. Agarré el pomo y estiré. Se trataba de un pasillo con paredes blanquecinas, de una extensa largura, donde se encontraban otras muchas otras puertas más, siempre adornadas por bustos y esculturas. Probablemente, sería la zona de los huéspedes de un palacio, aunque desconocía su localización.
Una sirvienta pasaba por el pasillo, y a ella me acerqué:

- Perdón, ¿sabría decirme dónde puedo encontrar a la doncella?

- La señora se encuentra fuera de palacio, saliendo muy temprano como de costumbre, señor. Contestó la sirvienta

Entonces decidí proseguir y buscar algo o alguien que me ayudara a explicar la situación, y una vez echo esto, echar a andar y encontrar a mi amada.
Bajé las escaleras del palacio, y observé que el lugar era mucho mayor de lo que había imaginado. Cuadros y grabados por las paredes, largos pasillos, mesas de madera oscura, lámparas de plata y oro en los salones, ventanales que llenaban de luz el paisaje que coronaba el palacio con vegetación, patios etc.. Todo era efímero, la paz que allí se respiraba era sorprendente. Nos encontrábamos en el paraíso de la muerte, sin embargo, todo albergaba un color, y una vida, que jamás había visto. Había incluso más color y más vida en esta zona del mundo de la muerte, que en el mundo de la propia vida.




Una sirvienta me ofreció en una plateada bandeja un desayuno compuesto de pan de piso en agua de tocosh puro y un vaso de agua de manantial.
Después del desayuno, me dispuse a salir de los salones del palacio, y abrí las puertas de uno de ellos, encontrándome con unas escaleras que llevaban directamente a un jardín, en el cuál se encontraban unas termas, donde se estaban aseando unas jóvenes. Bajé las escaleras y llegué a la zona más cercana de la terma, donde tendría la oportunidad de escuchar a las muchachas. Me situé tras una columna de espaldas a sus torsos.

Sus risas y su gracejo hacían presagiar la bondad de sus corazones, y así fue como aún permaneciendo tras una de las columnas que el jardín albergaba pregunté:
- Jóvenes, me encuentro desorientado y necesito saber qué lugar es éste, os ruego me ayuden a encontrar a la doncella del palacio, para agradecer su trato y posteriormente emprender mi marcha.

No obtuve respuesta, tan sólo las dulces risas de las muchachas, que tras escuchar mi voz, levantaron sus cuerpos de la terma y mientras sus cantares persistían, abandonaron el lugar.




Entendí que hasta el regreso de Perséfone era imposible saber qué habría pasado, y aunque podría haber proseguido mi camino, el gesto de ella hacía mí me hacía sentir en deuda con ella, y como gesto de gratitud esperaría su retorno.
Me despojé de la túnica añil, así como del vendaje, y me adentré en las aguas de la terma, cuya temperatura se antojaba tibia.
El canto de un pinzón que por allí se encontraría hacía aún más agradable el momento, mientras mi pecho se hundía en las cálidas aguas de la terma. La sensación de bienestar me hacía aún más necesitar aunque fuese por un instante a mi amada, aunque si la situación persistía, rápidamente volvería a estar con ella.

Puse mis brazos cruzados sobre el alfeízar de la terma, depositando mi cabeza sobre ellos, mientras mis ojos se cerraban, y es que, a pesar de mi mejoría, el cansancio persistía aún.

Una frágil y cálida mano se posó sobre mi espalda, acariciando con las yemas de los dedos palmo a palmo mi dorso. Subía con el dedo hasta la nuca, rozando mi pelo, y volvía a bajar hasta mis lumbares, volvía a subir, volvía a bajar.
Su tacto era tan bello, que paralizaba al que se dispusiera. Luego, su cabeza, se posó sobre mí, agarrando con sus brazos mi torso, hundiendo su pecho con mi espalda, depositando sus labios sobre mi nuca.

Entonces, su voz, tan fina, elegante y segura, dijo:

- Me alegra verte aquí Orfeo, el Elíseo nos espera para la eternidad.


Quedamos exhortos, nos miramos, y nos abrazamos.

martes, 20 de septiembre de 2011

El Palacio y un sorbo de Aescina

El cansancio y las heridas estaban haciendo mella en mi maltrecho cuerpo. Quise agradecer el gesto a Erebus, pero no pude. Una vez que intenté ponerme en pie, volví a caer mientras mi visión se nublaba, dificultando la visibilidad y todo lo que me rodeaba. Erebus me recogió con sus fornidos brazos, mientras los Buer persistían alrededor suya. Mis ojos se cerraron, mientras mi mente voló hacia Eurídice, y los momentos que con ella pasé. Son como una sinfonía que recorre mi cabeza por cada instante, y esa vez, tampoco podía faltar en la memoria su rostro angelical.



Habrían pasado varias horas desde que había perdido la conciencia puesto que me encontraba en otro lugar, con un paisaje a mi alrededor diametralmente opuesto a lo que estaba acostumbrado a ver desde el día en que llegué al Hades.
Se trataba de una habitación, con un ventanal que daba luz a cada esquina del lugar, el paisaje estaba repleto de vegetación. Tan pronto como pude me incorporé de la cama en la que descansaba bajo unas dulces sábanas que me habrían acompañado durante mi letargo.

Desconcertado, y ansioso por saber dónde me encontraba, y quién había sido aquél ser que me había salvado me dispuse a ponerme en pie. Entonces observé que mis manos habían sido vendadas, cuidadas y mimadas. Mi ropaje había sido tornado por un chitón blanco que cubría mi cuerpo, mis piernas también habían sido cuidadas; todo era demasiado bello para ser realidad.
Quizás aquél que me salvó, realmente fue quien me dio el descanso eterno, quizás había sido mi amada quien vino a cuidarme... No estaba seguro si estaba vivo o muerto, por lo que tampoco estaba seguro de quién podría haberse apiadado de mí, que hacía horas era un moribundo.
Fue entonces cuando decidí ponerme en pie, y asegurarme de una vez por todas, tenía que saber qué había pasado, dónde me encontraba.
Mis pies tocaron el frío suelo de la habitación, y al instante cayeron mis piernas. No estaba en condiciones de moverme, mucho menos cuando la herida de mi abdomen, que Reda había dejado marcada se abrió. Al punto, volvió a brotar sangre sobre la venda que cubría la herida.

-"Deberías descansar un poco más Orfeo, tu cuerpo está aún cansado, aunque no así tu espíritu"

Una bella voz femenina se hizo presente cerca de la habitación. Fue entonces cuando apareció.
Su hermoso rostro, su voluminoso cabello, su blanquecino color...Era ella, ¿pero cómo?. Pensé.
Perséfone no podía cuidarme, era algo totalmente irracional, más aún cuando había mandado aquél emisario para arrebatarme la vida. A menos que se tratara de una nueva trampa, utilizando algún mejunje que me hiciera dormir en el Hades por siempre.

Sin titubear, extendió su mano para ayudarme a levantarme del suelo. No podía creerlo, Perséfone, la esposa del rey del infierno intentaba ayudarme. No la creí.

- " Mi espíritu nunca se cansa, porque lo que busco es justo, doncella", afirmé entre balbuceo.

Su sonrisa no hacía presagiar ningún temor, al contrario, estaba tan llena de bondad, que casi parecía ser realmente esa Diosa de la que hablan cuando llega la época de las flores en la Tierra.
Puse una mano sobre el suelo para levantarme, pero sin éxito. Volvió a extenderme la mano. Sabía que sin ella, no podría levantarme, y asentí.

Me ayudó a tumbarme en la cama, previamente, retirando las blancas sábanas que envolvían el lecho, mientras el dolor en mi abdomen agudizaba.

- "Hebe, trae una vasija con agua y un racimo de Aescina, por favor", dijo Perséfone, poniendo su pálida mano sobre mi frente. - " Tienes fiebre, Orfeo, descansa, y déjate curar", susurró.
Su sirvienta, vino enseguida con la vasija, colocándola en un pupitre que se encontraba al lado derecho de la cama. Perséfone se arrodilló ante el lecho, y puso una tela mojada sobre mi frente para rebajar los grados de fiebre. Asimismo, me dio a probar un brebaje de Aescina, diciéndome:

- "Se trata de una planta que se usa para las heridas, bébetelo, confía en mí", siempre, sin soltar su mano sobre mi frente.

"- ¿Porqué debo creerte doncella?", preguntó mi débil voz.

- " Porque sin tí, la fuerza de las melodías se habrán desvanecido, ahora no es momento de charlas, confía en mí, y te prometo que mañana estarás mucho mejor", explicó.

¿Qué hacer?, era evidente que si proseguía de esa forma, la herida terminaría por acabar conmigo, había perdido mucha sangre y estaba demasiado débil. Acepté. Mis manos intentaron agarrar el vaso de Aescina, pero era imposible, las vendas lo impedían. Fue ella, quien con suma delicadeza, sorbo a sorbo fue obsequiándome con el medicamento.

Poco a poco, sentía cómo mis ojos se cerraban, mientras ella, seguía quedándose a mi lado, en aquella habitación que parecía propia de un cuento de hadas... Comencé a soñar, cerré los ojos, y quedé dormido lentamente.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La rebelión de los Buer

Cerré los ojos, cuyas pupilas auguraban lágrimas, caí al suelo rendido por el dolor que cada vez acusaba de manera más aguda.
Volví a abrir los ojos cuando la espada volvió a retornar el mismo orificio perforado, aunque esta vez en dirección contraria. Mi verdugo estiró del mástil de la espada de sable con vigor. Atrapó mis manos y las esposó, arrastrándome hasta que me llevó hasta la parte trasera de un oscuro carro que tras de él se encontraba, donde me amarró las manos. Montó en él y ordenó a sus caballos echar a andar, mientras mi cuerpo se arrastraba por el suelo dejando en él un reguero de sangre que serviría de sagrado elixir para las criaturas del Hades.

No era capaz de pronunciar una palabra, así como ningún gesto ni grito de dolor. Tan solo mis lágrimas confirmaban el desconsuelo que sentía, y proseguí sintiéndolo hasta que el carro frenó por un momento de manera brusca. Intenté flexionar mis piernas para ponerme en pie y observar el lugar donde nos encontrábamos, pero mi extenuación era tal que las piernas poco más podían hacer, se encontraban como el resto de mi cuerpo, temblando. Intenté arrastrarme entonces por el suelo, y pude observar que nos encontrábamos ante unas puertas las cuáles se abrieron casi al unísono del relinche de uno de los caballos.

El carro poco a poco se adentró en un bosque de aspecto otoñal, donde la vegetación era una burda utopía, eran árboles inertes, troncos de los que no dan vida a la vida, repletos de amargura.

El lugar inhóspito albergaba una travesía de piedras, las cuáles pronto se harían con mi piel, arañándola, desgarrándola. Decidí entonces procurar soltarme, pero fue totalmente imposible, las esposas impedían ningún otro movimiento de mis manos, era imposible la salvación.
Llevaríamos un tiempo prudencial adentrándonos en aquél mortecino paisaje, cuando el carro paró bruscamente al instante de la orden de Reda, el relinchar de los caballos tronó en todo el bosque.

Mientras se paraba el carro, abrí los ojos de nuevo, puesto que era preferible salvaguardarlos de las piedras del camino. Pude oir cómo Reda bajaba del carro, mientras tanto, un sonido como si de bestias se tratara rugió en la zona. No podía predecir de qué se trataba, pero lo cierto es que, el caballero regresó a la parte trasera del carro, para blandir su espada de sable vigorosamente.

La voz de Reda sonó como si de un bárbaro se tratase, vociferando:

- Estáis en una zona sagrada, ¡largaos de aquí si no queréis que os arranque la piel a trozos!

El sonido de las criaturas pareció responderle puesto que volvieron a emitir el grave sonido anterior, aún con más fuerza. Incluso, parecían más cerca. Los sonidos que emitían se adentraban ya en mis entrañas.

Fue entonces cuando pude divisar de quiénes se trataba. Conseguí desplazarme hasta la rueda derecha del oscuro carro para poder observar los rostros de las criaturas que nos acechaban.
No entendía el porqué pero se trataba de Buer, o lo que es lo mismo, una legión de demonios. Los reconocí fácilmente por sus puntiagudas alas, cuyos aguijones son mortales creando previamente una alucinación, que acabará por sembrar las dudas sobre la vida.

Estaban aún situados en zona escarpada del propio bosque, cuando Reda echó a andar sin ningún tipo de temor, situándose concretamente bajo la misma montaña.



La legión de los Buer se acercó prácticamente al precipicio, y uno a uno comenzaron a desplegar sus alas para prepararse para el ataque. Por su parte, Reda agarró la espada de sable y la situó a ras de su cara. Clavó la espada en el pecho del primer Buer, una vez que le traspasó su órgano vital, la retiró velozmente, mientras el resto de demonios volvía al ataque.
Los gritos de las bestias clamaban sobre el bosque, así como Reda que recibió el primero de los aguijones en el brazo izquierdo; éste sin pensarlo cogió su espada y de un tajo se cortó el brazo impidiendo así el avance del veneno.

Los caballos relinchaban de miedo, mientras intentaba soltarme de una vez. Las pocas fuerzas que me quedaban debían servirme para retirarme de la batalla puesto que si Reda era temible, los demonios podrían acabar conmigo cuando se lo propusieran. No era momento de pensar en nada más, clamé ayuda divina, y aterrorizado comencé a estirar de la cuerda que me unía al carro. Los gritos de Reda hacían presagiar que los aguijones habían entrado en su cuerpo, mientras, proseguía en el intento de romper la cuerda. Jirones de ella fueron quedando en el suelo, y conseguí resquebrajarla, aún con las manos esposadas eché a correr lo más rápido que mi mustio cuerpo permitía.


Me adentré entre los árboles, y proseguí en mi afán de abandonar la zona, puesto que los Buer habrían hecho ya de Reda un cuerpo inerte. Una luz se postró ante mí, su presencia llenaba todo el valle, unas alas inmensas, de color negro, y una túnica gris que delataban ser un alto cargo, aunque desconocía su identidad. Nunca había escuchado hablar de él.
Cogió mis manos esposadas y al instante me liberó. No entendía nada, más aún, cuando los Buer se acercaron a mí, me rodearon pero no me atacaron.

Estaba exhausto, pero aún así pregunté por su identidad.

Manteniendo la mirada penetrante ante mis ojos, contestó:

"Tu salvación se llama Erebus".



domingo, 4 de septiembre de 2011

Reda y su espada de sable

No entendía por qué Perséfone llegó a compadecerse de mí.
En situaciones similares, a pesar de no haber querido mancharse sus manos, hubiera podido haber enviado a algún esbirro que hubiese acabado con mi agonía; sin embargo, me perdonó la vida.

Sigilosamente, abrí las puertas del caserón, con intención de percatarme de que ningún peligro me acechaba.
Con sumo cuidado observé que todo seguía como el día anterior. Una soledad inusitada, nada reseñable puesto que mis sentidos se habían acostumbrado a esa sensación.
Recogí mi arpa, mi única compañía, y decidí echar a andar a un lugar más seguro, un lugar donde por fin comenzar mi búsqueda desenfrenada.

Me puse en camino de una alta montaña de la zona oeste del territorio, que a pesar de su altura, me serviría como torre vigía. A medida que mis pasos se aceleraban, mis sentidos me traicionaban cuando a la memoria llegaban los dulces momentos que pasé con mi amada, lo mucho que nos amamos, las bellas composiciones que le regalaba, era entonces cuando los ojos se inundaban. Los Dioses también lloramos, máxime cuando hemos perdido la razón de la existencia, estando condenados en vivir en la eternidad mientras que los recuerdos desvanecen. Solo un Dios puede quitarle la vida a otro Dios, y a veces incluso, es alto complicado ya que, esto descompensaría el normal discurrir de nuestras vidas, la balanza quedaría del lado de la locura humana, por eso, nosotros, estamos condenados a vivir para guardaros, e intentar en la medida de lo posible que vuestras vidas no se conviertan en almas sin corazón.

Llevaría demasiadas horas prosiguiendo mi camino, cuando el viento comenzó a soplar con un ímpetu inusitado. A veces incluso, era agotador caminar contra corriente, caminar contra todo, aunque precisamente era lo que llevaba haciendo durante toda mi vida. Ese era el consuelo que me rodeaba. Pensar que la situación no era mucho más dificultosa a otras situaciones, aunque en esas otras, ella me rodeaba con sus brazos, y las notas musicales nos rodeaban a los dos, por eso, todo era más fácil.

El viento cada vez era más violento, y el cansancio se apoderaba de mí como si de unos tentáculos se trataran. Decidí seguir con mi camino. No podía parar, la peligrosidad de ser descubierto acrecentaba por segundos, y sólo el pensamiento de que los esbirros de Hades me descubrieran me aterraba. Pobre de mí, no quise creer que ya lo habían hecho. Perséfone me había traicionado. Prefirió no ensuciar sus manos y divertirse jugando a encontrarme y aterrorizarme a sabiendas de que entre mis manos la violencia no existe, está vetada.

La niebla comenzó a apoderarse de todo lo que me rodeaba. Quedé inmóvil, paralizado. La presencia podía sentirla, aunque mi vista no conseguía distinguir más allá. Fue así como recibí un duro golpe que me hizo perder el equilibrio y por vez primera, mi arpa se despegó de mis manos. Caí desde la montaña hacia abajo, no entendía qué me había pasado, el dolor se apoderaba de mí, como si de un mortal se tratara.

Cuando pude recuperar la conciencia, abrí los ojos, los cuáles, aún aturdidos no eran capaces de distinguir el ser que tenía ante mí. Debía ser extremadamente fuerte, puesto que el golpe había causado estragos en mi maltrecho cuerpo. Sólo pude gesticular un patético: ¿Por qué?. La respuesta fue inmediata, un impacto en el brazo derecho que me tumbó de nuevo.

Fue entonces cuando entendí que debía hacer frente, para perecer orgullosamente. Un Dios no podía morir de esa forma tan mezquina sin haber intendado al menos una defensa, aunque sin mi arpa, mis posibilidades se antojaban escasas. El guerrero se acercó a mí sin vacilación, me agarró por el cuello, consiguiendo levantar mis pies algunos centímetros del suelo.

- Mi nombre es Reda, un protector del Señor. Mi encomienda es la de llevarle ante él, por expresa petición. Me dijo.


Intenté por todos los medios posibles escapar. Si Reda me llevaba ante él mis posibilidades de salir con vida serían ilusorias. Sin embargo, conseguí apartar sus manos de mi cuello, las cuáles había hecho estragos en él, conseguí escapar. Corría como si fuera alado, recorrí varios metros, sin embargo, me percaté de que el subsuelo de la montaña se tornó en rojizo. Mi mano casi por inercia se posó en mi abdomen. Reda me había herido, mis rodillas hincaron el suelo, mis ojos buscaron el cielo nublado de Hades buscando un halo de vida, mi aliento se tornó frío, mis brazos bajaron, se rindieron, caí desplomado, derrumbado, pálido; moribundo.



lunes, 29 de agosto de 2011

Perséfone

Su melancolía y su sobriedad son dignas de lo que es; una Diosa. Radiante belleza que despoja con una simple vista. Incluso dulce, es Perséfone. Una divinidad que embelesa a cualquiera que se preste a mirarla por milésimas de segundos.

Es como la estrella de Géminis. Dos caras de una misma moneda. A veces, tan dócil y tierna, cuando va a ver sus padres en la Primavera, otras, tan fría como el mismo invierno, tan gélida como una tormenta de nieve, tan malvadamente seductora que incluso despierta espanto.

Así es ella, difícil de entender, imposible de olvidar; aunque eso sí, si paramos por un simple momento a entender su historia para el que no lo entienda, comprenderá porqué es así, más tarde, proseguimos con la historia de Orfeo y Perséfone:



Perséfone (Περσεφόνη Persephónē, o lo que es lo mismo, "la que lleva la muerte") es hija de Zeus y Démeter.
Una joven doncella, llamada hasta entonces Koré (Κόρη, ‘hija’), una de las más fieles y puras defensoras del Olimpo de los Dioses, cuya sonrisa y simpatía desbordaba el alma.
Un día, mientras rezaba en el templo de Zeus,en el Olimpo, fue raptada por Hades, convirtiéndose por lo tanto en la reina del Inframundo por toda la eternidad.
Los llantos de Perséfone retumbaban el mundo de Hades de Norte a Sur, de la Estigia al Aqueronte, de las Puertas del templo a la morada de los Arcanes, los jueces del infierno mayor.
Mientras sus lamentos persistían, fue condenada a soportar la soledad de las sombras en una cárcel hasta que su deseo desistiera. Fue entonces, cuando Hécate, la "Diosa de los Fantasmas", se presentó ante la doncella.
Hécate, con sus sabias palabras, introdujo en Perséfone la idea de rendirse ante la evidencia, no era posible otra salida, o de lo contrario, la soledad más oscura sería su compañera por muchos siglos.

Aunque Perséfone se resistió en más de una ocasión, las visitas de Hécate fueron responsables de la rendición de la doncella, que aquél día, consintió unirse a Hades, en cuerpo y alma.
Hades mientras tanto, y una vez se dio por enterado de la situación, comenzó a preparar la boda entre los Dioses de las Tinieblas. Así, Perséfone sucumbió al embrujo del mundo de los muertos, aunque, tendría la dispensa del Señor, para, en los meses de las flores, volver a la Tierra, para estar con sus padres, de ahí, que las estaciones son como son, las flores renacen de sus cenizas con la aparición de Perséfone, con su alegría y sus oraciones.

La primera vez que ví a Perséfone, fue precisamente desde este monte donde escribo, aunque hace ya algunos siglos de ello, y la situación era totalmente distinta a la de ahora.
Como ya saben, y al igual que Perséfone, aunque de forma diametralmente opuesta, en ocasiones, tengo que volver a este frío y a la vez cálido mundo que es el de los muertos, y en otras, regreso a vuestro mundo.
Me encontraba entonces, aquí, buscando a Eurídice. Ya habían pasado lustros desde el enlace de las divinidades que reinan este mundo, fue una búsqueda desesperada, que más adelante tendrán ocasión de conocer.
Eurídice había desaparecido, tanto de este mundo, como del otro, algunos decían que habría sido devorada, otros castigada, pero nadie supo encontrarla.

Pôas, el lugar desde el que les escribo, es una zona cálida del Hades. Situado en la zona sur, y donde la vegetación prácticamene no se hace presente debido a la escasez de nutrientes en el suelo; algunas plantas como el Drosophyllum Iusanicum, y poco más. Además de ello, un volcán que recorre la zona, responsable de muchos episodios de peligros inimaginables. Podrán imaginar por lo tanto, que las condiciones no son las más idóneas, pero les aseguro, que de entre los lugares más curiosos del Hades está la zona del monte Pôas.

La búsqueda de Eurídice, me hizo llegar hasta aquélla zona inhóspita, la larva, recorría las piedras humeantes del volcán, el miedo recorría mi cuerpo, y el cansancio se apoderaba de mis cansadas piernas, aunque no así, de mis fervientes deseos de volver a estar junto a ella, como había sucedido desde los inicios de mi vida. Los deseos de interpretar poemas para ella, me animaban a seguir buscándola, a pesar, de no sentirla ni tan siquiera.
El ansia por encontrarla creo que fue el reclamo para que me encontrase ella, Perséfone, la primera doncella que estos ojos habían visto con tal desmesurada belleza.

Apareció de la nada, revestida de un manto púrpura, dejando entrever unas finas y pálidas manos, sus labios, tan desafiantes como enternecedores...Pero fue su voz quien se dirigió a mí, ella, tan gélida, permanecía a varios metros de mís chafadas y exhaustas plantas.
- ¿Orfeo?, preguntó la doncella. Su voz parecía haber salido de un baúl de recuerdos, cuasi maternales sus palabras.
- Doncella, contesté gentilmente.

Su gesto de sorpresa, rápidamente se desvaneció al comprobar que no se trataba de una visita de cortesía, así, me invitó a excusarme. No fui capaz, era imposible explicarle que buscaba a un alma, para acompañarla por la eternidad, en su reino. Quedé inmóvil, paralizado, ensimismado.

La doncella, siempre tan atenta, me invitó percatándose de la situación a retirarme, aunque previamente, me dijo con fluidez:

- Al final del monte, hay un caserón, donde podrás descansar, mañana te marchas sigilosamente de aquí, si Hades se pone al tanto de esto, tu vida quedará condenada a vagar por la Estigia para siempre.

A escasos segundos de decir esto, Perséfone, y su manto púrpura desaparecieron de mi vista, como si nunca hubiese estado allí. No dejó rastro.

El caserón, se encontraba efectivamente, al final del monte, era un lugar sucio, mugriento, pesado, pero debía ser mi morada, y el lugar donde planear la forma de permanecer allí hasta encontrar a Eurídice. Era momento de descansar, mi cuerpo parecía marchitarse, dejé mi arpa a un lado, y me tumbé en el suelo de la casa. Mañana tendría que dejar antes de que el alba apareciera aquélla especie de retablo para bestias, y buscar un lugar donde escabullirme de las tropas del Hades, donde algún emisario iría en mi búsqueda al amanecer.




viernes, 26 de agosto de 2011

El Mundo de Hades (II Parte)


Es la oscuridad más lúgubre de las que existen. Es otro mundo lleno de sin sabores, tinieblas, llantos,hortensias y dolores. Es al fin al cabo éste mundo por el que vagué y bajé hasta él en busca de un amor que un día se fue.

Ya ven, cómo es este otro mundo, algunas veces gélido, algunas veces ardiente, y siempre reinado por la misma dinastía: La de Hades, y la de Perséfone.

En este otro mundo, condenados a vivir en la ausencia de lo maravilloso de los sorbos vitales que cada uno de ustedes disfrutan...¿O quizás no?.
Las criaturas que allí cohabitan, entre sudores y lágrimas tienen en su conciencia que de una u otra forma, el tiempo es precisamente el mayor de los castigos, y es que, la eternidad desgarradora no es plato de buen gusto para ningún demonio, ni para ningún titán. La eternidad es el precio que hay que pagar por llenar este mundo de cruenta naturaleza.

Son al fin y al cabo, almas que se llevó el diablo para estar acompañado, y es que, ni siquiera el diablo, quiere estar solo. Por eso, se llevó tantas almas consigo, por eso, ni tan siquiera la majestad divina de las almas es capaz de soportar una eterna soledad; ya ven pues, como ni los Dioses están exentos de los puntos débiles que se catagorizan como humanos. Mientras tanto, allí arriba, en el mundo de la vitalidad sucumben muchos hermanos suyos en la mayor tristeza solitaria que pueda haber, allí, que yo lo sé, existen humanos que por los designios de otros se condenan a vagar por la soledad de una habitación repleta de recuerdos que le trasportan a un mundo, que algún día fue mejor. Por enfermedades, o por odios, por falsedades y desamores, por cualquier otro tema, millones de personas soportan lo que ni tan siquiera Hades pretende, que es la hortensia, la nada, la Estigia, aquí, llamada soledad.

Por estas simples cosas, a veces, vago por el Hades en busca de parsimonia, huyendo de este triste mundo colorista y ausente de significado, alegre por fuera y muerto por dentro, matizado por los sonidos de unos títeres que mueven con fluidez las decisiones que afectan a todos.
Por estas cosas, a veces, huyo hacia el Hades, donde se me recibe como un alma más, no se me distingue por la necesidad, ni por la condición sexual, ni por el color, ni la condición étnica, allí los valores coexisten para todas las almas iguales, allí no hay razas, ni enfermedades, ni economía, ni policía, tampoco han visto estos ojos ninguna otra fechoría. A diferencia de lo que piensan, Hades, no es un mundo donde van a descansar las almas negras, las almas negras habitan en vuestro mundo, y precisamente no son Africanas. En Hades descansan las almas, remiendan sus pesares, y meditan en sus males pasados, como el agua que corre por manantiales, se depura, y emigra a otra zona, no apta para mortales; donde se les recibirá con el mayor de los honores, donde no existirán las vanalidades, ni títeres que les amarguen, encontrarán allí el descanso eterno, tras una vida llena de faltas de sueños, de ausencia de amores y desamores. Van a descansar por la eternidad más justa y llena de sabores.

Si observan, no es tan negro el Hades, ni tan pura la Tierra, hogar de dolor, miseria y otras ausencias de facultades. Se distingue un mundo y otro, por sus materias, sus almas, y sus materiales. Paradójica distinción, a sabiendas de que, el Hades os necesita lleno de mortales, para que después de una vida, tan llena de pesares, abráis las puertas del alma, os despojéis de vuestro cuerpo, recipiente vacío de moralidades, y echéis a andar sin nada más que un simple pergamino donde se recogen vuestros actos, de los más importantes a los desapercibidos por ustedes, Llegaréis ante una puerta inmesa, llamad a ella, ningún rifle os esperará para repatriaros, pero, deberéis entrar sin temores, allí no sois inmigrantes, ni mercenarios, ni escultores, allí no se distinguen los violadores de los sanadores, se pesa el alma de cada uno, y según el dato recibido, vagaréis por ese triste, pero sano mundo que es el Hades.

Por eso os pido, si queréis al son de mi arpa, si queréis bajo la canción más bella, que os hiera el alma si hace falta, que mientras estéis aquí, no desaprovechéis ningún segundo que ensucie vuestro Karma, que es la energía más bella que tenéis, siendo unos simples humanos. Tenéis a vuestra disposición años, que serán sólo prólogo de la eternidad que os espera. Podéis decidir cómo entrar en Hades, es una eternidad inconmensurable, quizás sea mejor que calle, que pueda ser que la deidad llegue de nuevo ante mis plantas para por siempre acompañarle con un arpa en las manos, y un pergamino que presente mis datos.

Así, ahora que habéis sentido en vuestras entrañas un cierto temblor, podéis echar a andar, y estar seguros de que, a medida que recordéis que vuestra mejor arma, no son rifles, ni enmiendas racistas, ni ataques machistas, ni puños, ni sangre en las venas...Vuestra mejor arma, debe ser blanca, para cruzar el Aqueronte a la velocidad que solo puede hacerlo ella, la más bella energía que emana de vuestro débil recipiente llamado cuerpo, es la más pura y dócil composición que tiene el cuerpo sin necesidad de tiempo de conservatorio, es la que según dicen la tienen vuestros pequeños; con ella os debéis presentar, con ella podréis llegar al Hades sin temor a equivocaros, que os recibirán como a una deidad, es un alma blanca, pura, ciega, muestra de cariño y responsabilidad, es un sentimiento o una oración, es un halo de esperanza que tiene todo corazón, que cuando dicta su presencia alegra a todos, pues es sinónimo de grandeza, de hospitalidad, es lo que tiene la deidad. Búscala, debes tenerla, Eurídice la tuvo hasta el final, la añorada BONDAD.



lunes, 22 de agosto de 2011

El Mundo de Hades (I Parte)

Déjenme asegurarles que conozco este mundo demasiado bien; mas reflexionar sobre él me llena de dolor al recordar lo que con él y por él me sucedió.

Si no recuerda o aún no tiene conocimiento de quién es Hades, le ayudaré en breves líneas. Hades es hijo de los Titanes Cronos y Rea, y hermano de Démeter, Hestia y Hera.
También tenía dos hermanos, quizá le suenen sus nombres, Zeus y Poseidón.

Hades y sus dos hermanos varones, fueron vencedores de la batalla entre las divinidades, de esta forma, repartido a suertes, Hades ganó para sí el inframundo, el mundo de los muertos, un mundo distinto a este en color, en olor, en perversión, aunque con ciertos paralelismos que me aterran.

El mundo de Hades está repleto de oscurantismo, allí, una vez surcado el Aqueronte puede ver tantas cosas, que necesitaríamos otros dos mil años para descubrirlo.
Las almas descansan en una angustiosa eternidad. Los menores lloran desconsolados sin parar, y ese fue uno de los momentos que más me impactaron. Una zona donde las almas más puras y tiernas lloran sin cesar, su llanto duele en el alma, angustia el aire y eclipsa la vista, pierdes incluso los sentidos ante esa pesadumbre, no para, ni enmudece, retorna el llanto, no cabe brisa; es permanente.

El llanto resquebraja el alma, porque quizás no estemos preparados al dolor eterno, por eso, debemos entender que, una vez que se cruza el río, nada podrá salvarnos, mas si nos bañamos posteriormente en la Estigia, una región grisácea, es la región del odio. Es una zona pintoresca al fin y al cabo.
La Estigia es un terreno repleto de árboles otoñales, donde la vegetación existente se compone de cardos y algún que otro clavel del aire, aunque hay una zona precisamente, la más cercana al lago donde crecen los Potus a raudales actuando como vampiros que absorben todo lo que hay a su alrededor, tanto la negatividad como la positividad, por eso, al lado de estas plantas no hay más que la nada...Y una hortensia.

















Según me contó Caronte mientras cruzábamos en su barca el Aqueronte, hubo una vez una ninfa que equivocada quiso cruzar la Estigia de norte a sur. En aquel momento, según me cuenta el barquero, sucumbió ante el alto grado de negatividad que allí existe, de hecho, Hades pasa allí largas temporadas para llenarse y embriagarse de la atmósfera mortecina que allí se inhala.

A veces, cuando navego en mi pensamiento por la oscuridad de vuestras calles mortales, pienso, lo mucho que se asemeja la Estigia a vuestro territorio. Es incluso divertido interpretar con mi arpa alguna composición carente de sentido y viajar por vuestras pantanosas y sucias aceras que cuentan las falsedades y propios y extraños.
Las ninfas a veces me cuentan, que atravesar una ciudad de punta a punta las horroriza, de igual modo que le ocurrió a aquélla que intentaba navegar por la Estigia...Tantas criaturas que lloran sin control ante la violencia de unos progenitores que machacan sus pequeños órganos sin poder defenderse de tanta virulencia...Y cuando sucumben a ella, lloran en el Hades sin control..quizás recordando las fechorías de unos dementes procreadores.

Las ninfas me cuentan que atravesar por vuestras calles es un océano de dudas y de almas perdidas que no saben adónde van, que sucumben algunas por la tristeza y la debilidad...¡Cuánto se parece vuestro mundo al Hades!. Qué curioso, yo que he vagado por los dos mundos os digo, que no temáis cuando atraveséis el Aqueronte, el Hades es la vuelta a empezar, os encontraréis incluso a gusto viendo como después de todo vuestro mundo y ése que ganó el dios de la muerte se asemejan tanto....

Incluso una vez me contó un pequeño demonio, llamado Belial, encargado de desatar algunas disputas de poca envergadura, que ni siquiera hay trabajo para él en vuestro mundo. ¿Será cosas del paro? Pudiera ser; mas no lo es por aquello de que ustedes mismos le arrebatáis el trabajo con las actitudes bélicas y tan alejadas de la bondad con la que os hicieron andar, quizá tenía razón cuando dije que Pandora os puso demasiado veneno en aquella caja que se abrió. Pecados capitales, pecados humanos...El Mundo de Hades es igual al fin y al cabo.




viernes, 12 de agosto de 2011

La Caja de Pandora


No me imagino una noctámbula y lúgubre noche para imaginar el día en el que Zeus, y otros Dioses del Olimpo hicieran realidad el mayor de los males que el ser humano obtuviera para el fin de los días.

Tuvo que ser un día cualquiera, de esos en los que suelen los humanos creer que la benevolencia va a ser compañera de viaje en sus vidas. Nada más lejos. Tuvo que ser un día en el que bajásteis la guardia, y creíais creer que todo bien sería eterno. Bobadas.
Pandora llegó a vuestras vidas cuando creísteis controlar el mundo, llegó con su caja a cuestas cuando los gobernantes se miraban de reojo para ver si podían robar al prójimo, Pandora os hizo creer su inocencia cuando el comercio pasó de ser pura necesidad a pura agonía superficial, su caja llegó a vuestras vidas cuando los gobernadores os hacían la vida imposible con tal de llegar a tener tantas alhajas como les fuese posible. Por eso, sólo por eso, os compadezco.

Creíais que podíais haceros con cualquier cosa que os propusiérais, y así, cayeron unos, otros, y nada pasaba, y así se atentaban unos, se mataban otros, se violaban unas, se maldecían otros, creíais soñar con mansiones, edificios, poder pecuniarios, excesos, y rechazábais al pobre, al desdichado y al enfermo; al leproso y al desgraciado.



Pandora, (en griego antiguo Πανδώρα) no fue más que un mandato de los Dioses, para ver si realmente érais tan bobos. Cumplisteis con las expectativas.Dejando de lado las muertes, las desgracias, las conquistas, reconquistas, revueltas, atentados, robos, violaciones, asesinatos,
agresiones, asaltos, conspiraciones, que habéis llevado a cabo; pero aún más, y esto me da que pensar, me explico.

Me consta que Pandora abrió la caja, y de ahí se pudo ver hasta dónde seríais capaces de hacer maldades, pero hay algo que me llama la atención más que todo esto. LLegó un momento en el que los Dioses parecían haberse vuelto humanos cuando fueron capaces de atentar contra sus familiares y sus amistades; o quizás es que nos afectó también los golpes de aquélla caja pandoriana. Puede ser que hayáis adquirido entonces, las vanalidades de los Dioses, mas se me antoja difícil esto.

Pero vayamos al grano. Pandora debió infectaros a todos con mucha virulencia, y es que, imagino llegados a este punto, que estarán conmigo cuando les advierto de que el ser humano es un ser a veces entrañable, pero injusto, totalmente injusto. Vean en la naturaleza, como los animales se comen unos a otros por necesidad, por la subsistencia, mas ustedes muerden y devoran al prójimo por egoísmo, capaces de malherir a un amigo por ser como decía en "Las Cuerdas de mi arpa", fruto del titiritero de turno que con su cuerda hace que obedezca, sois capaces de llegar hasta la locura más extrema por causas vanales, y sois capaces de malherir al hermano por no haberos tendido la mano cuando no lo habéis hecho previamente ustedes. Hizo un buen trabajo Pandora con ustedes, sacó de ustedes la pureza y la libertad, la trasformó en desdicha y falsedad, os arrebató la humanidad y la humildad, tornándose en paranoica desdicha de maldad, os arrebató la bondad y la gentileza y os dejó solos, ¿dónde estará vuestra firmeza?.

Ajenos a todo esto, la caja de Pandora se abrió y arrasó. Cruzó un umbral de tristeza mortecina que incluso Hades se hubiera espantado de tanto tenebrismo, en un vesánico mundo vivís, y seguís viviendo sin sentir, sin la sapiencia de estar al tanto de tantas cosas...

No crean que Eurídice no fue víctima de los horrores Pandorianos, se alió con ella y la volvieron mortalmente irreflexiva.

No crean que yo, por ser un Dios me libré de sus angustias, las padezco producto del producto, mas a sabiendas de que Pandora trajo consigo un último halo, en un pequeño recipiente. Ese sólo los elegidos lo tienen y nace cuando la ilusión muere, se llama esperanza, ¿tú lo tienes?





miércoles, 10 de agosto de 2011

Las cuerdas de mi arpa





En la música, las cuerdas son una de las herramientas más importantes. Son capaces con su vibrato de hacer realidad los sonidos más bellos, que luego, quedarán grabados en la memoria.
Las cuerdas son entonces finos y elegantes altavoces que trasportan el sonido al sentido, y del sentido al gusto. Pueden ser muchas, y cada una de ellas, te contará incluso una historia, una vivencia, un sueño, un pétalo de vida que se ha ido, casi marchito.


Las cuerdas son bellos tonos con los que soñar cada momento, las cuerdas pueden ser acompañantes perfectas de una noche gélida, pueden ser alegres amigas de pueriles momentos bajo un sol amigable de brisa primaveral... Pueden ser sonidos al pasear por cualquier calle, las cuerdas, como almas de la música están presentes en muchos momentos de nuestras vidas; así por ejemplo, acompaño a Eurídice por cada segundo de mi vida.

- ¿No sabes quién es Eurídice? No temas, algún día lo entenderás.

Como iba diciendo, las cuerdas, interpretadas con dulzura pueden ser fusionadas y trasformadas en el más bello de los sonidos, tocadas con amor son el mayor canto de fragancias que hayas podido imaginar, las cuerdas...Ay, las cuerdas, son tanto, y qué pocos nos acordamos de ellas.

También hay cuerdas malignas; son las del títere. Esas cuerdas también están presentes en nuestra vida, pero están dominadas por lo que el jefe les ordena que hagan sobre el sentido de alguna persona. Las cuerdas del títere mueven los músculos cuando uno no quiere, las cuerdas del títere trasforman en muñeco todo lo que tocan. Así va este mundo circense, donde la primera función empieza con el tiritero, y sus muñecos que llevados por cuerdas tirititeras responden a lo que el jefe ordena.

Pero no hablemos de esas cuerdas, que dan mala sombra. Hablemos de cuerdas invisibles ahora. Las invisibles son las que tiende el ser humano a otro cuando este ya no puede más. Son cuerdas de todos colores; rojas, verdes, azules...Esas cuerdas llevan en sí un universo de sensaciones que ponen los vellos de punta, las cuerdas del amor, de la amistad, de la pasión...¡¡Qué universo más bello son las cuerdas!! nos dan la alegría de un sonido que nos trasporta, y también son invisibles a nuestros sentidos, echemos la imaginación a volar que hay cuerdas para todos; yo seguiré tocando mi arpa mientras tanto.