Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

jueves, 15 de septiembre de 2011

La rebelión de los Buer

Cerré los ojos, cuyas pupilas auguraban lágrimas, caí al suelo rendido por el dolor que cada vez acusaba de manera más aguda.
Volví a abrir los ojos cuando la espada volvió a retornar el mismo orificio perforado, aunque esta vez en dirección contraria. Mi verdugo estiró del mástil de la espada de sable con vigor. Atrapó mis manos y las esposó, arrastrándome hasta que me llevó hasta la parte trasera de un oscuro carro que tras de él se encontraba, donde me amarró las manos. Montó en él y ordenó a sus caballos echar a andar, mientras mi cuerpo se arrastraba por el suelo dejando en él un reguero de sangre que serviría de sagrado elixir para las criaturas del Hades.

No era capaz de pronunciar una palabra, así como ningún gesto ni grito de dolor. Tan solo mis lágrimas confirmaban el desconsuelo que sentía, y proseguí sintiéndolo hasta que el carro frenó por un momento de manera brusca. Intenté flexionar mis piernas para ponerme en pie y observar el lugar donde nos encontrábamos, pero mi extenuación era tal que las piernas poco más podían hacer, se encontraban como el resto de mi cuerpo, temblando. Intenté arrastrarme entonces por el suelo, y pude observar que nos encontrábamos ante unas puertas las cuáles se abrieron casi al unísono del relinche de uno de los caballos.

El carro poco a poco se adentró en un bosque de aspecto otoñal, donde la vegetación era una burda utopía, eran árboles inertes, troncos de los que no dan vida a la vida, repletos de amargura.

El lugar inhóspito albergaba una travesía de piedras, las cuáles pronto se harían con mi piel, arañándola, desgarrándola. Decidí entonces procurar soltarme, pero fue totalmente imposible, las esposas impedían ningún otro movimiento de mis manos, era imposible la salvación.
Llevaríamos un tiempo prudencial adentrándonos en aquél mortecino paisaje, cuando el carro paró bruscamente al instante de la orden de Reda, el relinchar de los caballos tronó en todo el bosque.

Mientras se paraba el carro, abrí los ojos de nuevo, puesto que era preferible salvaguardarlos de las piedras del camino. Pude oir cómo Reda bajaba del carro, mientras tanto, un sonido como si de bestias se tratara rugió en la zona. No podía predecir de qué se trataba, pero lo cierto es que, el caballero regresó a la parte trasera del carro, para blandir su espada de sable vigorosamente.

La voz de Reda sonó como si de un bárbaro se tratase, vociferando:

- Estáis en una zona sagrada, ¡largaos de aquí si no queréis que os arranque la piel a trozos!

El sonido de las criaturas pareció responderle puesto que volvieron a emitir el grave sonido anterior, aún con más fuerza. Incluso, parecían más cerca. Los sonidos que emitían se adentraban ya en mis entrañas.

Fue entonces cuando pude divisar de quiénes se trataba. Conseguí desplazarme hasta la rueda derecha del oscuro carro para poder observar los rostros de las criaturas que nos acechaban.
No entendía el porqué pero se trataba de Buer, o lo que es lo mismo, una legión de demonios. Los reconocí fácilmente por sus puntiagudas alas, cuyos aguijones son mortales creando previamente una alucinación, que acabará por sembrar las dudas sobre la vida.

Estaban aún situados en zona escarpada del propio bosque, cuando Reda echó a andar sin ningún tipo de temor, situándose concretamente bajo la misma montaña.



La legión de los Buer se acercó prácticamente al precipicio, y uno a uno comenzaron a desplegar sus alas para prepararse para el ataque. Por su parte, Reda agarró la espada de sable y la situó a ras de su cara. Clavó la espada en el pecho del primer Buer, una vez que le traspasó su órgano vital, la retiró velozmente, mientras el resto de demonios volvía al ataque.
Los gritos de las bestias clamaban sobre el bosque, así como Reda que recibió el primero de los aguijones en el brazo izquierdo; éste sin pensarlo cogió su espada y de un tajo se cortó el brazo impidiendo así el avance del veneno.

Los caballos relinchaban de miedo, mientras intentaba soltarme de una vez. Las pocas fuerzas que me quedaban debían servirme para retirarme de la batalla puesto que si Reda era temible, los demonios podrían acabar conmigo cuando se lo propusieran. No era momento de pensar en nada más, clamé ayuda divina, y aterrorizado comencé a estirar de la cuerda que me unía al carro. Los gritos de Reda hacían presagiar que los aguijones habían entrado en su cuerpo, mientras, proseguía en el intento de romper la cuerda. Jirones de ella fueron quedando en el suelo, y conseguí resquebrajarla, aún con las manos esposadas eché a correr lo más rápido que mi mustio cuerpo permitía.


Me adentré entre los árboles, y proseguí en mi afán de abandonar la zona, puesto que los Buer habrían hecho ya de Reda un cuerpo inerte. Una luz se postró ante mí, su presencia llenaba todo el valle, unas alas inmensas, de color negro, y una túnica gris que delataban ser un alto cargo, aunque desconocía su identidad. Nunca había escuchado hablar de él.
Cogió mis manos esposadas y al instante me liberó. No entendía nada, más aún, cuando los Buer se acercaron a mí, me rodearon pero no me atacaron.

Estaba exhausto, pero aún así pregunté por su identidad.

Manteniendo la mirada penetrante ante mis ojos, contestó:

"Tu salvación se llama Erebus".



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