Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

domingo, 4 de septiembre de 2011

Reda y su espada de sable

No entendía por qué Perséfone llegó a compadecerse de mí.
En situaciones similares, a pesar de no haber querido mancharse sus manos, hubiera podido haber enviado a algún esbirro que hubiese acabado con mi agonía; sin embargo, me perdonó la vida.

Sigilosamente, abrí las puertas del caserón, con intención de percatarme de que ningún peligro me acechaba.
Con sumo cuidado observé que todo seguía como el día anterior. Una soledad inusitada, nada reseñable puesto que mis sentidos se habían acostumbrado a esa sensación.
Recogí mi arpa, mi única compañía, y decidí echar a andar a un lugar más seguro, un lugar donde por fin comenzar mi búsqueda desenfrenada.

Me puse en camino de una alta montaña de la zona oeste del territorio, que a pesar de su altura, me serviría como torre vigía. A medida que mis pasos se aceleraban, mis sentidos me traicionaban cuando a la memoria llegaban los dulces momentos que pasé con mi amada, lo mucho que nos amamos, las bellas composiciones que le regalaba, era entonces cuando los ojos se inundaban. Los Dioses también lloramos, máxime cuando hemos perdido la razón de la existencia, estando condenados en vivir en la eternidad mientras que los recuerdos desvanecen. Solo un Dios puede quitarle la vida a otro Dios, y a veces incluso, es alto complicado ya que, esto descompensaría el normal discurrir de nuestras vidas, la balanza quedaría del lado de la locura humana, por eso, nosotros, estamos condenados a vivir para guardaros, e intentar en la medida de lo posible que vuestras vidas no se conviertan en almas sin corazón.

Llevaría demasiadas horas prosiguiendo mi camino, cuando el viento comenzó a soplar con un ímpetu inusitado. A veces incluso, era agotador caminar contra corriente, caminar contra todo, aunque precisamente era lo que llevaba haciendo durante toda mi vida. Ese era el consuelo que me rodeaba. Pensar que la situación no era mucho más dificultosa a otras situaciones, aunque en esas otras, ella me rodeaba con sus brazos, y las notas musicales nos rodeaban a los dos, por eso, todo era más fácil.

El viento cada vez era más violento, y el cansancio se apoderaba de mí como si de unos tentáculos se trataran. Decidí seguir con mi camino. No podía parar, la peligrosidad de ser descubierto acrecentaba por segundos, y sólo el pensamiento de que los esbirros de Hades me descubrieran me aterraba. Pobre de mí, no quise creer que ya lo habían hecho. Perséfone me había traicionado. Prefirió no ensuciar sus manos y divertirse jugando a encontrarme y aterrorizarme a sabiendas de que entre mis manos la violencia no existe, está vetada.

La niebla comenzó a apoderarse de todo lo que me rodeaba. Quedé inmóvil, paralizado. La presencia podía sentirla, aunque mi vista no conseguía distinguir más allá. Fue así como recibí un duro golpe que me hizo perder el equilibrio y por vez primera, mi arpa se despegó de mis manos. Caí desde la montaña hacia abajo, no entendía qué me había pasado, el dolor se apoderaba de mí, como si de un mortal se tratara.

Cuando pude recuperar la conciencia, abrí los ojos, los cuáles, aún aturdidos no eran capaces de distinguir el ser que tenía ante mí. Debía ser extremadamente fuerte, puesto que el golpe había causado estragos en mi maltrecho cuerpo. Sólo pude gesticular un patético: ¿Por qué?. La respuesta fue inmediata, un impacto en el brazo derecho que me tumbó de nuevo.

Fue entonces cuando entendí que debía hacer frente, para perecer orgullosamente. Un Dios no podía morir de esa forma tan mezquina sin haber intendado al menos una defensa, aunque sin mi arpa, mis posibilidades se antojaban escasas. El guerrero se acercó a mí sin vacilación, me agarró por el cuello, consiguiendo levantar mis pies algunos centímetros del suelo.

- Mi nombre es Reda, un protector del Señor. Mi encomienda es la de llevarle ante él, por expresa petición. Me dijo.


Intenté por todos los medios posibles escapar. Si Reda me llevaba ante él mis posibilidades de salir con vida serían ilusorias. Sin embargo, conseguí apartar sus manos de mi cuello, las cuáles había hecho estragos en él, conseguí escapar. Corría como si fuera alado, recorrí varios metros, sin embargo, me percaté de que el subsuelo de la montaña se tornó en rojizo. Mi mano casi por inercia se posó en mi abdomen. Reda me había herido, mis rodillas hincaron el suelo, mis ojos buscaron el cielo nublado de Hades buscando un halo de vida, mi aliento se tornó frío, mis brazos bajaron, se rindieron, caí desplomado, derrumbado, pálido; moribundo.



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