Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

lunes, 29 de agosto de 2011

Perséfone

Su melancolía y su sobriedad son dignas de lo que es; una Diosa. Radiante belleza que despoja con una simple vista. Incluso dulce, es Perséfone. Una divinidad que embelesa a cualquiera que se preste a mirarla por milésimas de segundos.

Es como la estrella de Géminis. Dos caras de una misma moneda. A veces, tan dócil y tierna, cuando va a ver sus padres en la Primavera, otras, tan fría como el mismo invierno, tan gélida como una tormenta de nieve, tan malvadamente seductora que incluso despierta espanto.

Así es ella, difícil de entender, imposible de olvidar; aunque eso sí, si paramos por un simple momento a entender su historia para el que no lo entienda, comprenderá porqué es así, más tarde, proseguimos con la historia de Orfeo y Perséfone:



Perséfone (Περσεφόνη Persephónē, o lo que es lo mismo, "la que lleva la muerte") es hija de Zeus y Démeter.
Una joven doncella, llamada hasta entonces Koré (Κόρη, ‘hija’), una de las más fieles y puras defensoras del Olimpo de los Dioses, cuya sonrisa y simpatía desbordaba el alma.
Un día, mientras rezaba en el templo de Zeus,en el Olimpo, fue raptada por Hades, convirtiéndose por lo tanto en la reina del Inframundo por toda la eternidad.
Los llantos de Perséfone retumbaban el mundo de Hades de Norte a Sur, de la Estigia al Aqueronte, de las Puertas del templo a la morada de los Arcanes, los jueces del infierno mayor.
Mientras sus lamentos persistían, fue condenada a soportar la soledad de las sombras en una cárcel hasta que su deseo desistiera. Fue entonces, cuando Hécate, la "Diosa de los Fantasmas", se presentó ante la doncella.
Hécate, con sus sabias palabras, introdujo en Perséfone la idea de rendirse ante la evidencia, no era posible otra salida, o de lo contrario, la soledad más oscura sería su compañera por muchos siglos.

Aunque Perséfone se resistió en más de una ocasión, las visitas de Hécate fueron responsables de la rendición de la doncella, que aquél día, consintió unirse a Hades, en cuerpo y alma.
Hades mientras tanto, y una vez se dio por enterado de la situación, comenzó a preparar la boda entre los Dioses de las Tinieblas. Así, Perséfone sucumbió al embrujo del mundo de los muertos, aunque, tendría la dispensa del Señor, para, en los meses de las flores, volver a la Tierra, para estar con sus padres, de ahí, que las estaciones son como son, las flores renacen de sus cenizas con la aparición de Perséfone, con su alegría y sus oraciones.

La primera vez que ví a Perséfone, fue precisamente desde este monte donde escribo, aunque hace ya algunos siglos de ello, y la situación era totalmente distinta a la de ahora.
Como ya saben, y al igual que Perséfone, aunque de forma diametralmente opuesta, en ocasiones, tengo que volver a este frío y a la vez cálido mundo que es el de los muertos, y en otras, regreso a vuestro mundo.
Me encontraba entonces, aquí, buscando a Eurídice. Ya habían pasado lustros desde el enlace de las divinidades que reinan este mundo, fue una búsqueda desesperada, que más adelante tendrán ocasión de conocer.
Eurídice había desaparecido, tanto de este mundo, como del otro, algunos decían que habría sido devorada, otros castigada, pero nadie supo encontrarla.

Pôas, el lugar desde el que les escribo, es una zona cálida del Hades. Situado en la zona sur, y donde la vegetación prácticamene no se hace presente debido a la escasez de nutrientes en el suelo; algunas plantas como el Drosophyllum Iusanicum, y poco más. Además de ello, un volcán que recorre la zona, responsable de muchos episodios de peligros inimaginables. Podrán imaginar por lo tanto, que las condiciones no son las más idóneas, pero les aseguro, que de entre los lugares más curiosos del Hades está la zona del monte Pôas.

La búsqueda de Eurídice, me hizo llegar hasta aquélla zona inhóspita, la larva, recorría las piedras humeantes del volcán, el miedo recorría mi cuerpo, y el cansancio se apoderaba de mis cansadas piernas, aunque no así, de mis fervientes deseos de volver a estar junto a ella, como había sucedido desde los inicios de mi vida. Los deseos de interpretar poemas para ella, me animaban a seguir buscándola, a pesar, de no sentirla ni tan siquiera.
El ansia por encontrarla creo que fue el reclamo para que me encontrase ella, Perséfone, la primera doncella que estos ojos habían visto con tal desmesurada belleza.

Apareció de la nada, revestida de un manto púrpura, dejando entrever unas finas y pálidas manos, sus labios, tan desafiantes como enternecedores...Pero fue su voz quien se dirigió a mí, ella, tan gélida, permanecía a varios metros de mís chafadas y exhaustas plantas.
- ¿Orfeo?, preguntó la doncella. Su voz parecía haber salido de un baúl de recuerdos, cuasi maternales sus palabras.
- Doncella, contesté gentilmente.

Su gesto de sorpresa, rápidamente se desvaneció al comprobar que no se trataba de una visita de cortesía, así, me invitó a excusarme. No fui capaz, era imposible explicarle que buscaba a un alma, para acompañarla por la eternidad, en su reino. Quedé inmóvil, paralizado, ensimismado.

La doncella, siempre tan atenta, me invitó percatándose de la situación a retirarme, aunque previamente, me dijo con fluidez:

- Al final del monte, hay un caserón, donde podrás descansar, mañana te marchas sigilosamente de aquí, si Hades se pone al tanto de esto, tu vida quedará condenada a vagar por la Estigia para siempre.

A escasos segundos de decir esto, Perséfone, y su manto púrpura desaparecieron de mi vista, como si nunca hubiese estado allí. No dejó rastro.

El caserón, se encontraba efectivamente, al final del monte, era un lugar sucio, mugriento, pesado, pero debía ser mi morada, y el lugar donde planear la forma de permanecer allí hasta encontrar a Eurídice. Era momento de descansar, mi cuerpo parecía marchitarse, dejé mi arpa a un lado, y me tumbé en el suelo de la casa. Mañana tendría que dejar antes de que el alba apareciera aquélla especie de retablo para bestias, y buscar un lugar donde escabullirme de las tropas del Hades, donde algún emisario iría en mi búsqueda al amanecer.




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