Sonidos que trasportan y llegan al alma

Sonidos que trasportan y llegan al alma
Orfeo (en griego Ορφέυς) es un personaje de la mitología griega, hijo de Apolo y la musa Calíope. Hereda de ellos el don de la música y la poesía. ...

martes, 4 de octubre de 2011

Confesiones

Ese abrazo de gratitud a la ayuda prestada persistió durante un corto espacio de tiempo, hasta que Perséfone soltó sus brazos de mi torso mientras le susurraba al oído:

"Doncella, el Elíseo será mi morada cuando haya llevado a cabo mi cometido"

La Diosa contestó:

"Sabes que es un fracaso tu cometido, ella se despidió de la vida y no podrá reunirse contigo, sin embargo, muchas doncellas entonarían con tu melodía una bella canción".

"Pero la melodía de mi arpa lo marca el sonido de su corazón", contesté.

"Debe ser para tí una situación demasiado amarga. Un Dios, que todo lo puede, en busca de un ser humano, que se ha rendido a la muerte, hundiendo sus brazos en el mundo de los no vivos" , dijo con convencimiento.

Quedé en silencio, con la mirada cabizbaja. Eurídice, a pesar de ser un ser humano, albergaba una bondad casi virginal. Había sido mi musa de la inspiración, y mi amor no se rendiría a pesar de que ya no estuviera en el mundo de los vivos. Por eso, quise rendirme a la muerte y pasar con ella toda la eternidad.

"El silencio en tí es como una nota ausente en tu arpa", espetó, mientras mi mirada se perdía en el fondo del agua de la terma.

Esperó un tiempo prudencial, buscando mi mirada, pero no lo hice, aún a sabiendas de lo que supondría, hasta que frente a frente, dijo con lágrimas en los ojos:

"Rechazas el amor verdadero de una Diosa, prefieres un amor muerto a un mundo en el paraíso más bello de lo que jamás hubieras imaginado. Prefieres vivir de forma desgraciada, intentando adentrarte en un mundo vetado para tí, y provocar la ira del señor, en vez de cruzar este mundo y disfrutar del Olimpo"

La voz de Perséfone parecía retumbar en mis entrañas, puesto que era cierto el amor que sentía la Diosa hacia mí; sus ojos delataban el dolor que pasaba en esos momentos, mientras volvía a coger aire para reprocharme, mientras yo persistía en el silencio más sepulcral:

"Hubiéramos sido la muestra de amor más bella, y hubiese sido tu esposa aunque hubiera tenido que enfrentarme por decenios con el Señor y su séquito. Sin embargo, sigues aquí, como si de un cuerpo inerte se tratara, en busca de un ser al que yo no le late el corazón"

Esa frase provocó mi ira, por eso me opuse:

"El amor es el sentimiento ausente de sapiencia sobre condiciones de ningún tipo. Si antes era la musa de mi melodía, ahora será la musa de mi Réquiem".

Al instante, Perséfone me envió el último mensaje, mientras el sol comenzaba a oscurecerse, dejando paso a un cielo gris, propio de las zonas más terroríficas del Hades:

"Tú lo has dicho, tu Réquiem. Pues no habrá para tí nada más que la melodía de la propia muerte".

En ese justo instante, el palacio comenzó a resquebrajarse, el agua de la terma se tornó en rojiza, Perséfone estaba devastando todo lo que nos rodeaba, mientras las sirvientas del palacio comenzaron a correr de forma despavorida. Las jóvenes que previamente habían dejado su gracejo en el alféizar de la terma, dejaron entrever sus verdaderos rostros; Se trataba de súcubos, aquéllos demonios que toman la forma de atractivas mujeres, esperando a tener relaciones sexuales con hombres, para en ese justo momento devorarlos.



Perséfone mientras tanto, voló hacia los cielos del infierno gritando: "La guerra comienza ahora Orfeo, sufrirás tanto que jamás habrás deseado vivir"

Me armé de valor y contesté mirando hacia arriba: "Vivo enamorado de un ser maravilloso, se llama Eurídice, y hasta que no vuelva a mis brazos voy a estar en tu mundo. No me importa cuánto tiempo, ni el precio que he de pagar por ello, pero volverá a mí"

En ese justo instante, los súcubos, una vez dejaron de lado su figura humana, se abalanzaron sobre mí, siendo el primero de los obstáculos que a partir de ahora me encontraría.

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